Así, hoy el Señor nos recuerda que debemos estar vigilantes para su llegada y que nos debe encontrar en una actitud de servicio. Las comparaciones del ladrón que puede venir en cualquier momento, o el amo que puede presentarse improvisamente, nos invitan a que tengamos siempre las cosas preparadas. No a que vivamos con angustia, pero sí con una cierta tensión, con sentido de responsabilidad, sin descuidar ni la defensa de la casa ni el arreglo y el buen orden en las cosas que dependen de nosotros. Si se nos ha confiado alguna clase de responsabilidad, no podemos caer en la fácil tentación de aprovecharnos de nuestra situación para ejercer esos modos tiránicos que Jesús describe tan vivamente. Todos somos servidores. En este sentido la «venida del Hijo del Hombre» puede significar para nosotros tanto el día del juicio final como la muerte de cada uno, como también esas pequeñas pero irrepetibles ocasiones diarias en que Dios nos manifiesta su cercanía, y que sólo aprovechamos si estamos «despiertos», si no nos hemos quedado dormidos en las cosas de aquí abajo. El Señor no sólo nos —«visita» en la hora de la muerte, sino cada día, a lo largo del camino, si sabemos verle.
A los discípulos–misioneros de Cristo se nos ha confiado mucho: una misión que consiste en crear comunidades de vida donde los seres humanos se realicen a plenitud sirviéndose unos a otros con amor. Como se nos ha confiado mucho, el Señor también nos exige mucho: ningún discípulo–misionero se puede hacer el de la vista gorda ni hacerse partidario del cinismo imperante. Debe denunciar todo lo que se opone al proyecto salvífico y luchar para crear las condiciones en que la vida humana se viva a plenitud en esta dimensión de servicio dinámico hasta el día en que el Señor llegue de repente. Es nuestra responsabilidad cuidar de este mundo en una actitud de servicio. Hoy, más que nunca, nos hace falta diligencia y atención para cumplir con nuestra responsabilidad. Hoy, más que nunca, nos hace falta cuidar de la casa de todos que es el mundo, porque tenemos el poder suficiente para destruirla si solo nos servimos de ella y de los demás sin ser servidores. Los desastres ecológicos ya no son un problema sólo de los países ricos. Ahora somos conscientes de que a todos nos afecta el destrozar lo que es nuestro habitat. En este servicio, los cristianos tenemos una especial responsabilidad. «Administradores» de la creación al servicio de nuestros hermanos los hombres y mujeres. Éste debería ser un título que los cristianos, todos, debiéramos llevar con gozo y orgullo. Que María Santísima nos ayude a servir como ella. ¡Bendecido miércoles!
Padre Alfredo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario