Juan el Bautista es el último profeta del Antiguo Testamento. Se enfrenta abiertamente con los gobernantes de la nación invitándolos al cambio y para reclamar un comportamiento según la ley. El Bautista quiere revivir la experiencia liberadora del éxodo y recordar a su pueblo que el destino depende completamente de la fidelidad a Dios. Sin embargo, como todo profeta, es víctima de las veleidades de los gobernantes. Herodes, aunque le tenía algún respeto, cede ante las presiones de su adúltera mujer y de su hija manipulada por ella y su perversidad y para no quedar mal con sus invitados lo manda decapitar. Juan el Bautista es figura de muchos cristianos que a lo largo de la historia han muerto víctimas de la intolerancia por el testimonio que daban contra situaciones inaguantables. En el mundo los profetas como Juan siempre están presentes y los que son auténticos suelen terminar, como él, en el martirio. Quien es profeta como Juan es consciente de que debe de interpretar y vivir las realidades de este mundo desde la perspectiva de Dios. Por eso, muchas veces, hay que denunciar el desacuerdo entre lo que debería ser y lo que es, entre lo que Dios quiere y lo que los intereses de determinadas personas o grupos pretenden. Un buen cristiano deberá estar siempre dispuesto a todo. Vale la pena ser coherentes y dar testimonio del mensaje de Jesús en nuestro mundo como los santos. A unos el Señor pedirá el martirio, a otros la confesión de la fe dando la vida en el martirio de cada día.
Celebramos este día a san Alfonso María de Ligorio, un santo excepcional a quien el Señor no le pidió el martirio de sangre, sino la total entrega de su vida en el gastar y desgastar su vida por el Reino y sus valores. San Alfonso nació cerca de Nápoles el 27 de septiembre de 1696. Siendo aún niño fue visitado por san Francisco Jerónimo el cual lo bendijo y predijo para él grandes bendiciones y sabiduría. A los 16 años —caso excepcional— obtiene el grado de doctor en ambos derechos, civil y canónico, con notas sobresalientes en todos sus estudios. Por revelación divina, abandonó todo en el mundo y se convirtió en apóstol incansable del Señor Jesús. La tarea no fue fácil. A los 30 años de edad fue ordenado sacerdote, y desde entonces se dedicó a trabajar con las gentes de los barrios más pobres de Nápoles y de otras ciudades, a quienes les enseñaba el catecismo. El 9 de noviembre de 1752 fundó, junto con otros sacerdotes, la Congregación del Santísimo Redentor (o Padres Redentoristas), y siguiendo el ejemplo de Jesús se dedicaron a recorrer ciudades, pueblos y campos predicando el evangelio. En 1762 el Papa lo nombró obispo de Santa Agueda, cargo que aceptó con humildad y obediencia, predicando el Evangelio, formando grupos de misioneros y dando catequesis a los más pequeños y necesitados. Fue un escritor muy prolífico; al morir dejó 111 libros y opúsculos impresos y 2 mil manuscritos. Durante su vida vio 402 ediciones de sus obras. Que él y María Santísima nos ayuden a ser profetas como Juan el Bautista. ¡Bendecido sábado, primer día de un nuevo mes!
Padre Alfredo.
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