Todo discípulo–misionero sabe que Jesús «viene»... cada día, si sabe «estar en vela». Eso nos lo recuerda ele Evangelio de hoy (Mt 24,42-51). No hay que esperar el último día. Viene en el trabajo, en las horas de distensión, en las cosas pequeñas de cada día. El Señor se hace «encontradizo» para aquel que lo quiera recibir. Por eso hay que ser conscientes de que se puede malograr esa «venida», esa cita imprevista, esta visita sorpresa. Y para que nos pongamos en guardia contra nuestras seguridades engañosas, Jesús llega a compararse a un «ladrón nocturno» que llega cuando menos se le espera. El Señor llega a través de tal persona con quien me encuentro, en tal libro que estoy leyendo, en tal suceso imprevisto como esta pandemia que se ha prolongado... Por eso «velar», atisbar las venidas de Jesús, ¡no es estar soñando! Es hacer cada uno lo que nos toca hacer, el trabajo sencillo de cada día, es considerarse, de alguna manera, responsable de los demás, es amar.
Los ejemplos que pone Jesús, en la perícopa evangélica de este día son muy ilustrativos. El ladrón, que puede venir en cualquier momento, sin avisar previamente y el amo, que puede regresar a la hora en que los criados menos se lo esperan. En ambos casos, la vigilancia hará que el ladrón o el amo nos encuentren preparados. Yo creo que a estas alturas nos va bien que nos recomiende el Señor la vigilancia en nuestra vida, porque para muchos, por la cuestión de la cuarentena o del aislamiento, la vida puede parecer muy rutinaria, y no es que el señor nos esté hablando porque sea inminente el fin del mundo, o que necesariamente esté próxima nuestra muerte. Pero es que la venida del Señor a nuestras vidas sucede cada día, y es esta venida, descubierta con fe vigilante, la que nos debe hacer estar preparados para la otra, la definitiva. Toda la vida está llena de momentos de gracia, únicos e irrepetibles. Los judíos no supieron reconocer la llegada del Enviado. Habrá que preguntarnos nosotros si no desperdiciamos las ocasiones de encuentro con el Señor. Día a día en las pequeñas cosas que acontecen, se vive esa cercanía con el Señor, y si se aprovecha el tiempo, se hace posible la alegría final que ya llegará. «Estar en vela», buena consigna para la Iglesia, pueblo peregrino, pueblo en marcha, que camina hacia la venida última de su Señor y Esposo. Buena consigna para unos cristianos despiertos, que saben de dónde vienen y a dónde van, que no se dejan arrastrar sin más por la corriente del tiempo o de los acontecimientos, que no se quedan amodorrados por el camino enterrando sus corazones en la tristeza.
Un ejemplo maravilloso de alguien que vive así, consciente de esa venida es santa Mónica, la santa que celebramos hoy y que es la mamá del célebre san Agustín, que como sierva buena y fiel, supo incluso alcanzar la conversión de su hijo y colaborar para hacer de él un gran santo. Santa Mónica fue un modelo de madre; alimentó su fe con la oración y la embelleció con sus virtudes. Pienso en todas las madres y padres de familia que leen esta reflexión y que, como ella, conscientes de esta «venida», encomiendan a sus hijos y por eso para terminar, dejo una oración a esta santa mujer por los hijos: «A ti recurro por ayuda e instrucciones, santa Mónica, maravilloso ejemplo de firme oración por los hijos. En tus amorosos brazos yo deposito mi hijo(a) (mencionar aquí los nombres), para que por medio de tu poderosa intercesión puedan alcanzar una genuina conversión a Cristo Nuestro Señor. A ti también apelo, ejemplo de las madres, para que pidas a nuestro Señor me conceda el mismo espíritu de oración incesante que a ti te concedió. Todo esto te lo pido por medio del mismo Cristo Nuestro Señor. Amén.» Y que María santísima a todos, como a santa Mónica, nos conceda captar en todo momento la «venida» del Señor para prepararnos así a la definitiva. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!
Padre Alfredo.
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