miércoles, 5 de agosto de 2020

«La Dedicación de la Basílica de Santa María la Mayor»... Un pequeño pensamiento para hoy


Celebramos hoy la memoria litúrgica de la «Dedicación de la Basílica de Santa María la Mayor» de Roma, el templo más antiguo consagrado en Occidente a la Virgen María, donde han tenido lugar muchos acontecimientos de la historia de la Iglesia. Esta Basílica mariana guarda una estrecha relación con la definición dogmática de la Maternidad divina de María, proclamada en el Concilio de Éfeso. Bajo esta advocación se levantó este templo en el siglo IV, sobre otro ya existente, poco tiempo después de terminado ese Concilio. El pueblo de la ciudad de Éfeso celebró con enorme entusiasmo la declaración dogmática de esta verdad, que, por otra parte, creía desde siempre. Esta alegría se extendió a toda la Iglesia, y en Roma se levantó con todo fervor bajo esta advocación una grandiosa Basílica. Ese júbilo nos llega a nosotros también en la fiesta de hoy, en la que debemos alabar a Santa María como Madre de Dios, y también como Madre nuestra. Para mí además un día muy significativo porque hace 31 años fue mi «Cantamisa» —La primera Misa que presidí—. Así que la Virgen me ha acompañado siempre con detalles como este.

Voy ahora al Evangelio que la liturgia nos presenta para el día de hoy: Mt 15, 21-28. En este relato, una mujer extranjera alcanza de Jesús la curación de su hija enferma. Es una escena breve, pero muy significativa. Nuestro Señor sale por primera vez fuera del territorio de Israel, a Tiro y Sidón, el actual Líbano —que por cierto está sufriendo por las explosiones que sufrieron ayer en Beirut—. El Evangelista no sólo quiere dar a conocer el buen corazón de Jesús y su fuerza curativa, sino también el acierto de que la Iglesia, en el momento en que escribe su Evangelio, se haya vuelto claramente hacia los paganos, hacia los que apenas van conociendo a Dios. Eso sí, anunciando primero a Israel el cumplimiento de las promesas, antes de pasar a los otros pueblos. Desde luego, Jesús no le pone la cosa fácil a la buena mujer. Primero, hace ver que no ha oído. Luego, le pone unas dificultades que parecen duras: lo de Israel y los paganos, o lo de los hijos y los perritos. Ella no parece interpretar tan negativas estas palabras y reacciona con humildad e insistencia. Hasta llegar a merecer la alabanza de Jesús: «Mujer, ¡qué grande es tu fe! Que se cumpla lo que deseas». Aquella mujer cananea se dirige a Jesús con el título mesiánico de «Hijo de David». Ante ello Jesús guarda silencio y los discípulos, como en la ocasión anterior, se preocupan por despedirla para que no los atosigue.

El relato dice que Jesús responde a la mujer señalando los límites de su misión. Pero, las palabras y sobre todo la sencillez de ella, lo mueven a compasión y actúa con misericordia reconociendo que la fe de esta mujer humilde y pagana, es capaz de liberar a su hija del mal en que ha caído. La insistente súplica de la mujer cananea se comprende mejor vamos con ella a su contexto cultural e histórico. En la cultura judía las mujeres estaban marginadas y no podían hablar a los varones, mucho menos a un prestigioso Maestro como lo era ya Jesús. Además, las mujeres paganas estaban excluidas por no pertenecer al pueblo judío, y la enfermedad era un nuevo título de exclusión de la comunidad. Así pues, esta mujer acumulaba muchos motivos de exclusión. Jesús se salta todas esas barreras de la cultura, de la ley y el protocolo que aquello marcaba, para mostrar que la solidaridad y la compasión están por encima de cualquier frontera. Cuando Jesús dialoga con mujeres y reconoce sus valores, rompe con la mentalidad vigente y establece el verdadero valor de las personas como hijos de Dios y receptores del Reino. Pidámosle a María Santísima, especialmente hoy bajo la advocación de «Nuestra Señora de las Nieves», como se venera en la Basílica de Santa María la Mayor, que nos ayude a crecer como cristianos para tener los mismos sentimientos de su Hijo Jesús y actuar con misericordia y compasión, aunque nos reconozcamos limitados. ¡Bendecido miércoles!

Padre Alfredo.

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