La pregunta que Jesús dirige en el Evangelio de hoy a los discípulos (Mt 16,13-20), nos la dirige, por supuesto, también a nosotros: ¿Quién dicen ustedes que soy yo? —¿Por quién me tienen? ¿Qué importancia tengo en su vida?— Y espera de nosotros una respuesta como la de Pedro, rápida, sincera y osada. Tenemos que dar nuestra respuesta comprometida a Cristo Salvador, el Buen Pastor que da la vida por las ovejas, al Amigo que da la vida por sus amigos. ¡Qué paz deja en el alma responder con sinceridad al Señor y reconocerlo como primero y único en la vida! La fe de Pedro, la fe que el Padre plantó en el corazón de aquel apóstol fogoso, es el modelo de la fe de todo discípulo-misionero. Todos hemos recibido la fe de aquellos hombres que seguían a Jesús por Palestina y que se ilusionaban con sus palabras y sentían que en él había una fuerza y una esperanza que les ensanchaba el alma. La fe de aquellos hombres es una roca firme sobre la que ha podido edificarse y aguantar a pesar de todo esta comunidad que es la Iglesia. Sobre esta piedra, sobre la roca firme de la fe de Pedro, ha llegado hasta nosotros este anuncio gozoso: Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Jesús es para nosotros aquel que puede llenar de esperanza y de vida nuestro camino cotidiano. Jesús es aquel que hace presente, a cada paso de nuestra existencia, todo ese inmenso don de gozo y de amor y de paz que es Dios.
En medio de esta situación dolorosa de una pandemia que no terminamos de asimilar, por ser algo totalmente nuevo y que se sale de todo paradigma que conocíamos, el Señor nos sigue haciendo la misma pregunta: ¿Quién dices que soy yo? Y nuestra respuesta debe ser —sobre todo— una respuesta vivida. Porque en medio de las adversidades que vivimos cada día, así como en medio de los gozos y las esperanzas, Jesús debe ser realmente para nosotros el camino del Reino de Dios, la Verdad y la Vida (Jn 14,6). Jesús en todo momento debe ser realmente nuestro Señor, nuestro criterio, nuestro guía. Debemos vivir cada día —sea en medio de la condición que sea— según su Palabra. No podemos caer en la desesperanza ni bajar la guardia. Hay que seguir siendo responsables. ¡Ánimo, nosotros podemos superar la adversa condición que parece prolongarse más y más! Una respuesta auténtica ha sido la de tantos profesionales de la salud, tantos militares, transportistas, comerciantes, consagrados y voluntarios en general que, en la pandemia, han arriesgado sus vidas, incluso han llegado a morir por auxiliar a los enfermos.
A la pregunta de Cristo, insisto, se responde con la vida. Sea en el ofrecimiento diario de las pequeñas cosas de cada día o sea en el martirio, como en el caso del beato Juan Bourdon, a quien hoy la Iglesia recuerda entre sus hombres y mujeres de fe profunda. En una nave anclada frente a Rochefort, en la costa de Francia, el beato Juan Bourdon, sacerdote de la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos fue encarcelado junto con otros sacerdotes en tiempo de la Revolución Francesa, allí, a como pudo, procuró alivio a los compañeros de cautiverio, hasta que murió contagiado de la peste. Había ingresado con los Capuchinos el 26 de noviembre de 1767. Ya ordenado sacerdote fue secretario provincial, predicador y rector de un santuario. Cuando vino la revolución francesa era Guardián (superior) de Sotteville, cerca de Rouen. Intervino a favor de algunos laicos ante la Asamblea nacional en 1790. Se negó a firmar la «Constitución Civil del Clero», que iba contra la Iglesia y fue condenado al destierro por haber celebrado la Misa sin permiso civil y tener en su poder textos no acordes con la revolución. Fue luego condenado a deportación a la Guayana, forzado a hacer un viaje de 34 días a pie, fue embarcado en Rochefort en la nave «Deux Associés» en la que transportaban esclavos, en donde sufrió condiciones de vida atroces, y murió a los 47 años de edad. Así, este santo varón supo responder a la pregunta a la que Cristo hace referencia con la respuesta de su vida. Pidamos también nosotros, sobre todo por la intercesión de María Santísima que, con nuestra vida, podamos expresarle al mundo que sabemos quién es Jesús. ¡Bendecido domingo!
Padre Alfredo.
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