Tomar la cruz cada día y seguir al Señor, es el reto de todo discípulo–misionero que quiera ser fiel imitador de Cristo, nos recuerda el Evangelio de hoy (Mt 16, 24-28) y lo hace cuando estamos en medio de un tiempo de pandemia para el que nadie absolutamente estábamos preparados para vivir. ¡Esta cruz nos cayó de sorpresa! Con tantas dificultades —porque nadie puede negar que no las haya— sólo podemos llevar la Cruz con la mirada puesta en Jesús, la escucha atenta a su Palabra y la moción fraterna del Divino Maestro que se convierte en agradecimiento, esperanza y pasión ya que llevando la cruz nos confiamos en Jesús crucificado y resucitado por nosotros. Sin estos requisitos no hay vida cristiana verdadera en medio de los estragos causados por el coronavirus. La vida según el Evangelio, como podemos leer hoy, no es una vida fácil, como agua de rosas, pasalona y sin consistencia.
Con pasajes evangélicos como el de hoy, Jesús avisa a sus seguidores que, al igual que él mismo, en su camino hacia la Pascua, a todos tocará «cargar con la cruz», «seguirle», «perder la vida». Y así se ganará la misma vida y se recibirá el premio definitivo. Parecen y son paradojas: pero se trata de los caminos de Dios, muy distintos de los nuestros y sorpresivos, como todo esto que vivimos. Estamos —como diría santa Teresa de Ávila—en «tiempos recios», que piden hombres y mujeres grandes; fuertes en la fe y en la esperanza; con pasión y generosidad, con valentía y resiliencia para cargar la cruz y seguir al Señor. El camino del Maestro se convierte en el destino del discípulo. Si el maestro ha renegado de sí mismo y ha cargado con la cruz, el discípulo no puede suavizar su opción: o con el Maestro o sin él. Desde ese momento el discípulo se abre completamente a la novedad de Dios y, a la vez, acepta el conflicto que lo enfrentará a la mentalidad mundana que siempre es pesimista. Esta cruz que estamos cargando, nos llevará a la resurrección. Sin fatalismos ni búsqueda de más padecimientos de los que ya tenemos de por sí con la covid-19, las circunstancias históricas en que se desarrollan la vida de Jesús y de nosotros como sus discípulos–misioneros en este tiempo concreto, exigen la capacidad de asumir el padecimiento necesario para la transformación de la realidad, cargando la cruz en vistas a adecuar esa realidad al designio divino.
Cargar la cruz lleva sus exigencias, y el que quiera seguir a Jesús debe saber a lo que está expuesto. Hoy celebramos a san Sixto II, Papa y mártir y a sus compañeros. El Papa san Sixto, mientras celebraba los divinos misterios y enseñaba a los fieles los mandatos del Señor, al irrumpir los soldados para aplicar el edicto del emperador Valeriano, fue detenido e inmediatamente decapitado. Con él sufrieron el martirio cuatro diáconos, que fueron enterrados con el Papa en el cementerio de Calixto, en la vía Apia, y en ese mismo día, también sus diáconos santos Agapito y Felicísimo murieron en el cementerio de Pretextato, en donde fueron sepultados. Su fiesta se celebra hoy recordando que cargaron con la cruz que les tocó llevar. La invitación que nos llega de Jesús al recordarlos es a rumiar y guardar en nuestro corazón, como hizo María, este tiempo de nuestra historia que nos ha tocado vivir para ver cómo debemos llevar la cruz que nos ha tocado. Ella nos ayudará a valorar adecuadamente cada cosa y convertir nuestra fragilidad y limitación, nuestras ocupaciones y preocupaciones en camino de vida y de nueva esperanza. Los cristianos, los discípulos–misioneros de Cristo, cargando con la cruz cada día, hemos de enviar un lenguaje positivo al mundo que renueve la esperanza para seguir edificando un mundo mejor. ¡Bendecido viernes!
Padre Alfredo.
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