El Evangelio de hoy (Mt 17,14-20) nos relata el caso de un hombre que ruega a Cristo, movido por una desgracia familiar. Su oración se puede traducir como el «¡Kyrie, eleison!». El hombre, movido por la misericordia de Jesús, le pide que intervenga y le de una solución a esta situación miserable. El versículo 17 subraya que el milagro no se había realizado. Los discípulos no habían sido capaces de hacer nada por él, pese al hecho de que anteriormente habían sido enviados a predicar y a curar (Mt 10,1.8). Existe en este punto un contraste entre la experiencia estimulante vivida en la cumbre de la montaña, durante la transfiguración y esta falta de fe al bajar de la montaña. Moisés también había experimentado la falta de fe del pueblo de Israel al bajar del monte tras la teofanía —manifestación de Dios— en el Sinaí (Ex 32).
Jesús, según leemos, manifiesta su molestia y exasperación ante esta falta de fe utilizando frases que Moisés había empleado para indicar la incredulidad de Israel (Dt 32, 5.20); después expulsa al demonio, y el muchacho aquel queda curado. Más tarde cuando los discípulos están a solas con Jesús, le preguntan por qué no pudieron ellos expulsar al demonio. La respuesta de Jesús es: «Porque les falta fe» frase que ya ha utilizado antes (Mt 6,30; 8,26; 14,31). La «fe» es tanto receptiva como activa, porque expresa una relación con Dios que se refleja en las relaciones con los demás. Por esta razón utiliza Jesús la declaración proverbial de Is 54,10 cuando dice que, si tuvieran fe al menos del tamaño de una semilla de mostaza (cf. 13,31), podrían mover montañas. Además de la comprensión de las cosas de Dios (Mt 17,13) es necesaria la fe. En nuestra crisis actual de la pandemia de la Covid-19 podemos mantener una esperanza viva, poner en acción nuestra fe, uniéndonos solidariamente al propósito amoroso de Dios y a la sociedad para destruir los efectos de este virus que van más allá del ataque a la salud física.
Hoy quiero hablar del primero de los mártires en Palestina, que fue san Procopio. Era un varón lleno de la gracia divina, que desde niño se había mantenido en castidad y había practicado todas las virtudes lleno de fe. La fuerza que su alma encontraba en la palabra de Dios, le daba vigor a su cuerpo. Vivía muy austeramente y haciendo constantes ayunos. La meditación de la palabra divina absorbía su atención día y noche, sin la menor fatiga. Era bondadoso y amable, se consideraba como el último de los hombres y edificaba a todos con sus palabras. Sólo estudiaba la palabra de Dios y apenas tenía algún conocimiento de las ciencias profanas. Desempeñaba tres cargos eclesiásticos. Enviado con sus compañeros de Escitópolis a Cesárea, fue arrestado en cuanto cruzó las puertas de la ciudad. Él proclamó en voz alta que sólo hay un Dios, creador y autor de todas las cosas. Los verdugos le cortaron la cabeza, y así pasó Procopio a la vida eterna proclamando su fe que, como un granito de mostaza, fructificó. Que María Santísima nos ayude para que nosotros, cada día, acrecentemos nuestra fe. ¡Bendecido sábado!
Padre Alfredo.
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