sábado, 29 de agosto de 2020

«El martiro de Juan el Bautista»... Un pequeño pensamiento para hoy


Hoy celebramos la memoria del martirio de Juan el Bautista y en ese relato evangélico, que es bastante interesante (Mc 6,17-29) siempre me ha llamado la atención la actitud de la hija de Herodías que gracias al historiador Flavio Josefo conocemos como Salomé. La muchacha había aprendido en la alta sociedad de aquellos tiempos a bailar elegantísimamente y a ejecutar danzas desconocidas de aquellos magnates de provincia que asistían a las fiestas que Herodes se organizaba para su ególatra deleite. A la chica le ayudaba su fragante juventud. Salomé tendría entonces unos diecinueve años. La coreografía amenizadora de festines era habitual en las costumbres romanas. La poesía de Horacio nos informa, con su habitual desenfado, del aire atrevidamente impúdico de tales danzas. En la apoteosis del banquete, cuando al fuego del vino y la embriaguez se inflaman los instintos menos elevados, hace su deslumbrante aparición la refinada bailarina. Se arquea con ritmos tan elásticos y graciosos, que Herodes Antipas se estremece. El halago de un espectáculo superior, que le eleva por encima de las demás cortes de Oriente, le sacude. Es el brillo de la metrópoli danzando en los movimientos de Salomé.

Y es la frivolidad del tetrarca que exultan hasta el entusiasmo. «Pídeme lo que quieras y te lo daré» —le asevera con la ternura viscosa de la sensualidad exaltada, entre el delirio y los aplausos de la concurrencia complacida—. «Pídeme lo que quieras y te lo daré, aunque sea la mitad de mi reino». Y corrobora la promesa con solemne juramento. Me llama la atención Salomé porque después de que se le ofrece incluso la mitad del Reino, no es capaz de pensar y pide el consejo de su madre, que, ambiciosa como Herodes y ofendida por las verdades que decía Juan el Bautista, pide su cabeza y la chica lo consiente. Vuelve Salomé apresuradamente donde estaba el rey. Pide, decidida: «Quiero que me des al instante, sobre esta bandeja —cogería una de las de la misma mesa—, la cabeza de Juan el Bautista.» El rey se entristeció. Porque apreciaba a Juan. Le tenía como profeta y le custodiaba, y por su consejo hacía muchas cosas, y le oía de buena gana. Pero por el juramento y por los que con él estaban a la mesa, no quiso disgustarla. Mas enviando uno de su guardia, le mandó traer la cabeza de Juan en un plato. Y le degolló en la cárcel. Y trajo su cabeza en un plato y la dio a la muchacha y la muchacha la dio a su madre —dice el relato—.

Herodes había cometido un pecado que escandalizaba a los judíos porque esta muy prohibido por la Santa Biblia y por la ley moral. Se había ido a vivir con la esposa de su hermano. Juan Bautista lo denunció públicamente. Se necesitaba mucho valor para hacer una denuncia como esta porque esos reyes de oriente eran muy déspotas y mandaban matar sin más ni más a quien se atrevía a echarles en cara sus errores. Me llama la atención Salomé porque nos muestra el caso típico de cómo un pecado lleva a cometer otro pecado y envuelve a quien se deja atrapar. Herodes y Herodías empezaron siendo adúlteros y terminaron siendo asesinos y Salomé, involucrada porque es la que hace la petición. El pecado del adulterio los llevó al crimen, al asesinato de un santo y a envolver en su pecado a la distraída jovenzuela. Juan murió mártir de su deber. El Bautista vio que llegaban los enemigos del alma a robarse la salvación de Herodes y de su concubina y habló fuertemente. Ese era su deber. Y tuvo la enorme dicha de morir por proclamar que es necesario cumplir las leyes de Dios y de la moral. Que María Santísima nos ayude a no dejarnos envolver como Salomé por el pecado que asecha por donde quiera y que más bien tengamos el valor de Juan el Bautista para hablar con la verdad. ¡Bendecido sábado!

Padre Alfredo.

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