Después de la lectura continua de los evangelios de Marcos y de Mateo, que la liturgia de la palabra nos ha traído entre semana desde que empezamos el año litúrgico, abordamos hoy el evangelio según san Lucas, que nos conducirá hasta el fin de noviembre —de la 22ª a la 34ª semana del tiempo ordinario—. Los relatos relativos a la infancia de Jesús, habiendo sido leídos durante el Adviento y el tiempo de Navidad, hacen que empecemos en el capítulo cuarto de san Lucas (Lc 4, 16-30). Jesús tiene treinta años y aborda su vida pública. Y empezamos con una escena bien significativa, programática, que se puede decir que da sentido a todo el ministerio mesiánico de Jesús: su primera predicación en la sinagoga de su pueblo Nazaret.
San Lucas va a ser para nosotros un buen maestro para que sepamos presentar a Jesús, también a nuestro mundo de hoy, como el salvador de los pobres. «Me ha ungido y me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres». En la Plegaria Eucarística IV para la celebración de la Misa, damos gracias a Dios Padre porque nos ha enviado a su Hijo Jesús, el cual «anunció la salvación a los pobres, la liberación a los oprimidos y a los afligidos el consuelo». Este de hoy abre un buen retrato de Jesús, que se irá desarrollando durante las próximas semanas: el que atiende a los pobres, el que quiere la alegría para todos, el que ofrece la liberación integral a los que padecen alguna clase de esclavitud. «Hoy se cumple esta Escritura». Es lo que pasa cada día, en nuestra escucha de las lecturas bíblicas. No se nos proclaman para que nos enteremos de lo que pasó —lo solemos saber ya—, sino porque Dios quiere renovar su gracia salvadora, la del Antiguo Testamento y la del Nuevo Testamento, hoy y aquí para nosotros. Es lo que nuestra meditación personal debe buscar: actualizar en nuestras vidas lo que Dios nos ha dicho en su Historia de Salvación.
Entre los santos que se celebran el día de hoy se encuentra san Ramón Nonato. Un santo varón del que se carece de documentación fidedigna sobre los detalles de su vida. Sin embargo es un santo al que se le tiene mucha devoción. Se sabe que nació de familia noble en Portell, cerca de Barcelona, España en el año 1200. Recibió el sobrenombre de non natus (no nacido), porque su madre murió en el parto antes de que el niño viese la luz. Con el permiso de su padre, el santo ingresó en la orden de los Mercedarios, que acababa de fundarse. San Pedro Nolasco, el fundador, recibió la profesión de Ramón en Barcelona. Progresó tan rápidamente en virtud que, dos o tres años después de profesar, sucedió a San Pedro Nolasco en el cargo de «redentor o rescatador de cautivos». Enviado al norte de África con una suma considerable de dinero, Ramón rescató en Argel a numerosos esclavos. confortó y alentó a muchos cristianos en sus andanzas misioneras y hasta llegó a convertir y bautizar a algunos mahometanos. Al saberlo, el gobernador le condenó a morir empalado, pero quienes estaban interesados en cobrar la suma del rescate consiguieron que se le conmutase la pena de muerte por la de flagelación. San Ramón no perdió por ello el valor, sino que prosiguió la tarea de auxiliar a cuantos se hallaban en peligro, sin dejar escapar la menor ocasión de ayudarlos. Perseguido cruelmente por el gobernador de aquellos lugares, fue azotado y le pusieron en la boca un candado, cuya llave guardaba el mismo gobernador y sólo la daba al carcelero a la hora de las comidas. En esa angustiosa situación pasó San Ramón ocho meses, hasta que San Pedro Nolasco pudo finalmente enviar algunos miembros de su orden a rescatarle. Dios lo llamó debido a una violenta fiebre. El santo tenía aproximadamente treinta y seis años cuando murió el 31 de agosto de 1240. Que así como san Ramón y sobre todo como Jesús, seamos nosotros, bajo la mirada amorosa de María, anunciadores de la buena nueva y que la salvación llegue a todos los pobres y más necesitados de Dios. ¡Bendecido lunes!
Padre Alfredo.
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