martes, 1 de septiembre de 2020

«¡Adelante!»... Un pequeño pensamiento para hoy


Empezamos, por gracia de Dios, un nuevo mes en nuestro caminar y la pandemia de coronavirus sigue en su apogeo en muchos lugares. A pesar de esto, hay quienes niegan que exista la enfermedad de Covid-19 y andan por la vida como si nada pasara. La pandemia se ha expandido por más de 150 países y está presente en los cinco continentes. Es una emergencia sanitaria, social y económica a la que nos enfrentamos sin poder cerrar los ojos. Sin embargo, vemos siempre la mano de Dios que es quien lleva los designios del mundo y con su autoridad y fuerza conduce a la humanidad por caminos de salvación, pues no nos debe de quedar duda de que esto, de una o de otra manera —aunque sea muy difícil de comprender— contribuye de una manera eficaz a la salvación de la humanidad. Los católicos siempre hemos estado acostumbrados a participar en la celebración eucarística dominical, la confesión y otras prácticas devocionales en el templo, pero la Covid-19 ha alterado completamente, en muchas naciones y sin ninguna advertencia, esa vida de fe y ha hecho que se viva de una manera sin precedentes en las redes sociales... ¡La Iglesia doméstica está más viva que nunca!

Debemos estar más que seguros de que la Iglesia superará esta calamidad, porque la experiencia de la pandemia lleva a una reflexión que a diario nos hacemos todos los discípulos–misioneros y buscamos aumentar nuestra fe en aquel que habla y enseña con autoridad. El Evangelio de este día (Lc 4,31-37) nos alienta. Jesús habla «con autoridad» a la gente y despierta la admiración de todos. Allí hace el primer «signo»: libera a un poseso de su mal. Predica y a la vez libera. La Buena Noticia es que ya está actuando en este mundo la fuerza salvadora de Dios. El mal empieza a ser vencido. Un exorcismo: la primera victoria de Jesús contra el maligno. El demonio lo expresa certeramente: «¿has venido a destruirnos?». Y protesta: naturalmente, el mal no quiere perder terreno. Los contemporáneos de Jesús unían lo físico y lo espiritual. La causa del mal de una persona—corporal, anímico, espiritual— la atribuían normalmente a los espíritus malignos. Sea cual sea el origen de estos males, Jesús libera a toda la persona: a veces le cura de su enfermedad, otras de su posesión maligna, otras de su muerte, y sobre todo, de su pecado. Así, en estos tiempos de pandemia, Jesús nos libera de muchas cosas porque él mismo nos da una visión integral de la persona: de sus males y de su salvación. «Todo contribuye para el bien de los que aman a Dios» (Rm 8,28).

Se conmemora hoy el martirio de doce religiosos de los hermanos de San Juan de Dios que fueron inmolados por su condición de católicos y religiosos en las cercanías de Madrid el 1 de septiembre de 1936. Todos están beatificados. En medio de la guerra, un grupo de milicianos rodearon la casa de la comunidad y les exigieron que se concentraran en una sala, mientras ellos procedían a un riguroso registro que duró tres horas, alegando que buscaban armas. Cuando éstas no aparecieron por ninguna parte se marcharon, pero exigieron que cesara todo acto de culto o manifestación religiosa y debieron los hermanos reunirse en el sótano de la ropería para poder efectuar sus rezos. Así estuvieron un mes, sin dejar la atención a los enfermos. Pero el 29 de agosto llegó el alcalde del lugar con varias personas armadas y comunicaron a los hermanos que cesaban en la dirección del instituto. El día 1 de septiembre estaban los hermanos disponiendo la comida de los enfermos cuando llegó otro grupo de hombres armados con orden de llevarse a los hermanos. Los doce fueron arrestados del peor modo, obligados a subir a un autobús. Éste tomó la carretera de Boadilla del Monte y llegó al llamado Charco Cabrera. Aquí se les hizo bajar y se les alineó, fueron fusilados y arrojados a una fosa. Cuando los hermanos vieron que se les iba a matar gritaron vivas a Cristo Rey. Ellos fueron fieles al Señor y el testimonio de su vida atrajo a muchos a ser valientes. Que María Santísima nos ayude también a nosotros a comprender que aún de lo que parece el peor de los males, sale siempre un bien, como seguro saldrá cuando esta pandemia llegue a su fin. ¡Bendecido martes!

Padre Alfredo.

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