martes, 15 de septiembre de 2020

«Nuestra Señora de los dolores»... Un pequeño pensamiento para hoy

Hoy es día de «Nuestra Señora de los dolores» y se celebra en este día porque en la mayoría de los países —no en México— ayer 14 fue día de la Santa Cruz y la santísima Virgen María esta íntimamente unida a la pasión de su Hijo y por eso asociada de un modo particular a la gloria de su resurrección. En la tradición tan larga de la Iglesia, se han escrito muchos himnos en honor a Nuestra Señora de los Dolores, el más famoso es el «Stabat Mater» —estaba María al pie de la cruz— y la contemplan allí, sufriendo. La piedad cristiana ha recogido los dolores de la Virgen y habla de los «siete dolores». El primero, sólo a 40 días después del nacimiento de Jesús, la profecía de Simeón que habla de una espada que traspasará su corazón (cf. Lc 2,35); el segundo se refiere a la huida a Egipto para salvar la vida de su hijo (cf. Mt 2,13-23); el tercero se da en esos tres días de angustia cuando el niño se quedó en el templo (cf. Lc 2,41-50); el cuarto dolor, cuando Nuestra Señora se encuentra con Jesús en el camino al Calvario (cf. Jn 19,25); el quinto es la muerte de Jesús, ver al Hijo allí, crucificado, desnudo, muriendo; El sexto nos lleva al descenso de Jesús de la cruz, muerto, tomado en sus manos como lo había tomado en sus manos más de treinta años antes en Belén. El séptimo es el entierro de Jesús. Y así, la piedad cristiana sigue este camino de Nuestra Señora que acompaña a Jesús.

El camino martirial de la Virgen, queda atestiguado por la profecía de Simeón de la que nos habla el Evangelio de hoy (Lc 2,33-35) y por la misma historia de la pasión del Señor. Éste —dice el santo anciano, refiriéndose al niño Jesús— está puesto como signo que provocará contradicción; y a ti —añade, dirigiéndose a María— una espada te traspasará el alma. En verdad a la Madre santa una espada le traspasó su alma. Por lo demás, esta espada no hubiera penetrado en la carne de su Hijo sin atravesar su alma de Madre. En efecto, después que aquel Jesús —que es de todos, pero que es suyo de un modo especialísimo— hubo expirado, la cruel espada que abrió su costado, sin perdonarlo aun después de muerto, cuando ya no podía hacerle mal alguno, no llegó a tocar su alma, pero sí atravesó el alma de María. Porque el alma de Jesús ya no estaba allí, en cambio la de la santísima Virgen no podía ser arrancada de aquel lugar. Por tanto, la punzada del dolor atravesó su alma, y, por esto, con toda razón, le veneramos más que mártir, ya que sus sentimientos de compasión superaron las sensaciones del dolor corporal.

Toda la vida de María, a la que además de Madre Dolorosa clamamos como Causa de Nuestra alegría, está marcada por el dolor, ver crecer y partir a su hijo Jesús, acompañarlo en su Pasión, verlo crucificado; pero en todas esas circunstancias difíciles ella siempre confió en el Padre, en su Hijo y se dejó guiar y llenar del Espíritu Santo con la alegría de los hijos de Dios, por eso leyó su historia con la confianza puesta en Dios y sin las tristezas absurdas del mundo, tuvo la fuerza de salir a servir a su prima Isabel, acompañó a los discípulos a la espera del Espíritu Santo, asumió con responsabilidad, valentía y decisión cada paso que dio, fortalecida por la oración. Conviene hoy peregrinar con ella en medio de esta pandemia que azota a la humanidad y saber que buscarla a ella es buscar a la que hace posible que el corazón de su Hijo, Jesucristo, nos transforme y nos renueve en medio del dolor de un mundo que sufre. Si Cristo tuvo a bien elegirla por Madre, acudimos a ella hoy para decirle que mire nuestras vidas, que mire nuestra Iglesia que con fragilidad se mueve más al ritmo de los temores que de la fe. Ella intercede al Padre por el Hijo para que nos concedan el Espíritu que hace que hombres y mujeres sepan decir sí, como ella lo hizo, y confían aun en medio de las situaciones dolorosas más adversas. ¡Bendecido martes!

Padre Alfredo.

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