Hoy tenemos en el Evangelio (Lc 7,36-50) una escena en la que cuenta con elegancia y detalles muy significativos lo que acontece en una cena. Podemos ver el significativo contraste entre el fariseo Simón, que ha invitado a Jesús a comer, y la mujer pecadora que nadie sabe cómo ha logrado entrar en la fiesta y colma a Jesús de signos de afecto. Sabiendo cómo eran los fariseos, no es raro saber que se escandalizarían los presentes, ya sea porque Jesús no conocía qué clase de mujer era aquélla, o el hecho de que no reaccionaba ante sus gestos, que resultaban cuando menos un poco ambiguos. Pero Jesús quería transmitir un mensaje básico en su predicación: «la importancia del amor y del perdón». El argumento parece fluctuar en dos direcciones. Tanto se puede decir que se le perdona porque ha amado mucho, como que ha amado porque se le ha perdonado. Probablemente aquella mujer ya había experimentado el perdón de Jesús en otro momento, y por ello le manifestaba su gratitud de esa manera tan efusiva.
Ya sabemos que muchos de los contemporáneos de Jesús querían alcanzar la salvación por medio del estricto cumplimiento de la ley. Por eso, evitaban todo contacto con las personas que eran consideradas impuras: extranjeros, enfermos y pecadores; llevaban rigurosamente el descanso del sábado: no cocinaban, no comerciaban, no caminaban. Esta manera de actuar les creaba la falsa seguridad de que ya estaban salvados. Jesús permanentemente cuestionaba esa forma de vivir la experiencia de Dios. Para él, lo más importante fue y será siempre el amor al hermano, al pecador e, incluso, al enemigo. Las verdaderas personas de Dios eran aquellas personas capaces de convertirse en fuente de vida para los demás. En esta ocasión se le presentó un momento propicio para mostrar el modo de actuar de Dios. Simón menosprecia a Jesús porque lo considera incapaz de rechazar a la mujer impura que le acaricia los pies. Jesús, descubriendo sus pensamientos le propone una parábola. La parábola describe la generosidad de un hombre que perdona a sus deudores. El que le debía más es quién debe manifestar mayor agradecimiento. Jesús llama a Simón a la conversión. Le señala cómo lo más importante es el amor y el agradecimiento. Por esto, Jesús anuncia el perdón de Dios a la mujer. Ella no había escogido el camino de la autojustificación, sino el camino de la humildad y el reconocimiento del propio pecado.
Hoy la Iglesia, en su extenso catálogo de santos, celebra a la santa y doctora de la Iglesia Hildegarda de Bingen, quien fuera abadesa, líder monacal, mística, profetisa, médica, compositora y escritora alemana que murió en olor de santidad. Es conocida como la sibila del Rin y como la profetisa teutónica. Considerada por los especialistas actuales como una de las personalidades más fascinantes y polifacéticas del Occidente europeo, se la definió entre las mujeres más influyentes de la Baja Edad Media, entre las figuras más ilustres del monacato femenino y quizá la que mejor ejemplificó el ideal benedictino, dotada de una cultura fuera de lo común, comprometida también en la reforma de la Iglesia, y una de las escritoras de mayor producción de su tiempo. El contenido de su predicación giró en torno a la redención, la conversión y la reforma del clero. De las obras religiosas que escribió santa Hildegarda, destacan tres de carácter teológico: Una sobre teología dogmática; otra sobre teología moral; y una sobre cosmología, antropología y teodicea. Esta trilogía forma el mayor corpus de las obras y pensamiento de esta mujer visionaria. Compuso además setenta y ocho obras musicales. Que la sabiduría de esta gran mujer y el ejemplo de amor de María Santísima a la voluntad de Dios, nos ayuden a seguir adelante en nuestro caminar hacia la Patria Celestial amando mucho. ¡Bendecido jueves sacerdotal y Eucarístico!
Padre Alfredo.
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