El tema del «sábado» es muy importante para los judíos. Para ellos viene a ser como el domingo para nosotros y lo viven con gran intensidad. No podemos olvidar que Jesús era judío y apreciaba el sábado con toda su espiritualidad: por ejemplo, él iba cada semana a la sinagoga, a rezar y a escuchar la Palabra de Dios con los demás. Y cumplía seguramente las otras normas relativas a este día. Bien vivido, el sábado era y sigue siendo —como lo pude ver hace tiempo en el mismo centro de Jerusalén— un día sacramental de auténtica gracia para los judíos. Pero en el pasaje evangélico de hoy (Lc 6,1-5) Jesús critica la interpretación exagerada del descanso sabático: ¿cómo puede ser contrario a la voluntad de Dios el tomar en la mano unas espigas, restregarlas y comer sus granos, cuando se siente hambre?
Guardar el sábado como día de culto a Dios, día de descanso en su honor, día de la naturaleza, día de paz y vida de familia, día de liberación interior, sí era importante por supuesto. Que no se trabajara el sábado en la siega era una cosa, pero que no se pudieran tomar y comer unos granos al pasar por el campo, era una interpretación exagerada. No valía la pena discutir y perder la paz por eso. Cuántas veces hay gente que pierde la serenidad y el humor por tonterías de estas, aferrándose a nimiedades sin importancia aún dentro de la Iglesia o en los grupos parroquiales. Lo que está pensado para bien de las personas y para que esponjen sus ánimos lo podemos llegar a convertir, por nuestra casuística e intransigencia, en unas normas que quitan la alegría del espíritu. El domingo, para nosotros los católicos, aún en medio de este tiempo de pandemia, es un día que tiene que ser todo él, sus veinticuatro horas, un día de alegría por la victoria de Cristo y por nuestra propia liberación buscando vivirlo de manera especial por la participación en el Eucaristía —por lo menos en forma virtual en los medios de comunicación— y por el ejercicio de la caridad.
Hoy celebramos la memoria de Santa Teresa de Calcuta quien dio siempre testimonio de servir a Cristo en los «más pobres entre los pobres», enseñando que la mayor pobreza no estaba en los barrios humildes de Calcuta, sino en los lugares donde muchas veces falta el amor o en las sociedades que permiten el aborto. La Madre Teresa nació el 26 de agosto de 1910 en Skopje, perteneciente en ese entonces a Albania, y actualmente a Macedonia. Su nombre original fue Gonxha Agnes Bojaxhiu. Fue bautizada al día siguiente de nacer, recibió la Primera Comunión a la edad de 5 años, y la confirmación un año después. A los 18 años dejó su hogar para ir a Irlanda e ingresar en el Instituto de la Bienaventurada Virgen María, más conocida como Hermanas de Loreto. Tomó el nombre de Teresa en honor a Santa Teresa de Lisieux, Patrona de las misiones y Doctora de la Iglesia. Fundó años después las Misioneras de la Caridad. Mediante locuciones y visiones, Jesús le fue mostrando la nueva misión a la que la llamaba. «Ven y sé mi luz», le suplicó el Señor. Cristo le reveló su dolor por el olvido de los pobres, su pena por la ignorancia que tenían de Él y el deseo de ser amado por ellos. Que ella y la Santísima Virgen María intercedan por nosotros. ¡Bendecido sábado!
Padre Alfredo.
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