sábado, 19 de septiembre de 2020

«La parábola del sembrador»... Un pequeño pensamiento para hoy

La parábola del sembrador es una de las más conocidas en la Sagrada Escritura. Hoy san Lucas nos la narra en su Evangelio (Lc 8,4-15). La parábola, leída con detenimiento, sin tener en cuenta las explicaciones que ofrece más adelante el evangelista, llama la atención sobre el trabajo del sembrador; es un trabajo abundante, sin medida, sin distinciones, una tarea que parece inútil por el momento, tiempo infructuoso y desperdiciado; sin embargo, dice Jesús, llegarán los frutos en abundancia. Porque el fracaso no es más que aparente; en el Reino de Dios no existe trabajo inútil; nada se malgasta. La explicación que da el mismo Jesús enseguida, tiene presentes a los fieles, e insiste en la necesidad de algunas disposiciones interiores y personales para que la palabra escuchada sea entendida y crezca. Las principales disposiciones son: apertura y sensibilidad a los valores del Reino, valor frente a las persecuciones, constancia, resistencia al espíritu mundano y libertad interior.

El evangelio es viviente, acontece. Quedando a salvo lo esencial del mensaje, cada predicador le da una vida nueva. Al escribir el Evangelio, inspirado por Dios, san Lucas se beneficiaba de una más larga experiencia de la vida de la Iglesia y podía ya poner el acento sobre tal o cual punto, según las necesidades de la comunidad a la que se dirigía y quiere, en esta parábola, dirigirse tanto a los predicadores, como a los fieles que escuchan la Palabra, que a fin de cuentas somos todos, porque hasta el Papa tiene que estar atento a la Palabra de Dios. Jesús nos muestra en esta parábola, tanto en el predicador —sembrador— como en los oyentes —la tierra— uno de los más hermosos valores del hombre y la mujer de fe: La «perseverancia». A la luz de esta parábola todos hemos de comprender que el Reino de Dios no es un «destello» estrepitoso y súbito, sino algo que viene a través de la humilde banalidad de cada día, en el aguante tenaz de las pruebas y de los fracasos. Para mejor descubrir a Dios, para entrar en sus misterios, es necesario, cada día, con perseverancia, tratar de llevar a la práctica lo que ya se ha descubierto de El: ésta es condición para entrar y adelantar en su intimidad.

Uno de los ejemplos que el día de hoy nos pone la Iglesia en el santoral, es san José María de Yermo y Parres, un sacerdote mexicano que nació en Jalmolonga, estado de México y que muy pronto empezó a sembrar la Palabra de Dios irradiando su profunda vivencia evangélica. Él decía que «imitar a Cristo, que vino a enseñarnos con su ejemplo el amor de preferencia para con los pobres y desamparados que el mundo desprecia». En medio de muchos conflictos y dificultades, fue haciendo vida su ideal que hacía sintonizar sus sentimientos con los de Cristo y en 1885 fundó la congregación religiosa de las Siervas del Sagrado Corazón de Jesús y de los Pobres. En su vida no tan larga (1851-1904) fundó escuelas, hospitales, casas de descanso para ancianos, orfanatos, una casa muy organizada para la regeneración de la mujer, y poco antes de su santa muerte, acontecida en 1904 en la ciudad de Puebla de los Ángeles, llevó a su familia religiosa a la difícil misión entre los indígenas tarahumaras del norte de México. Su fama de santidad se extendió rápidamente en el pueblo de Dios que se dirigía a él pidiendo su intercesión. La perseverancia le alcanzó el cielo, pidamos esta hermosa virtud a la Santísima Virgen en este día dedicado a ella. ¡Bendecido sábado!.

Padre Alfredo.

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