miércoles, 30 de septiembre de 2020

«El seguimiento de Cristo en medio de la pandemia»... Un pequeño pensamiento para hoy

Para nadie queda duda de que vivimos en tiempo incierto y más lo podemos palpar por la pandemia mundial ocasionada por la COVID-19 que ha estado transformado la vida de millones de personas de una manera inimaginable desde hace apenas unos meses. Los cambios se han estado dando tan rápidamente, que ha tomado por sorpresa a la mayoría de la población mundial. Todos seguimos tratando de adaptarnos a esta nueva realidad con la esperanza de que acabe pronto la pandemia, aunque es imposible predecir cuánto durará y qué consecuencias tendrá para todos. En estos días de crisis y de confinamiento en casa, el Señor nos sigue hablando y nos invita a seguirlo sin aferrarse a nada ni a nadie sino sólo a Él. Eso es lo que me viene a la mente y al corazón meditar al ver el Evangelio de hoy (Lc 9, 57-62) con quienes quieren seguir a Jesús y a quienes Él mismo invita a seguirlo. Parecería curioso de entrada decir que la tierra no es el espacio de Jesús, pero así es, Él camina hacia la muerte y aquellos que quieran seguirle se apuntan al mismo destino. Jesús, encarnación del Amor, no tiene lugar en la tierra, no tiene casa, ni ciudad, ni pueblo; ni siquiera tiene lo que poseen los animales. Él es la entrega total, el que camina a Jerusalén, el Hijo del hombre, cuya patria no es la tierra. 

Para ser discípulo–misionero de Cristo se requiere el «en seguida» y el «totalmente». (Mt 4. 20; Ga 1. 16; 1 Co 9. 24ss.). No hay tiempo que perder aunque suene esto a dejar cosas importantes. Muchos hermanos nuestros han muerto en estos días por la pandemia y muchos de ellos, que son creyentes, han perseverado en la fe; pero no todos han muerto de COVID-19, sino de un sin fin de situaciones que en el recorrido frágil por esta tierra se le presentan a todo hombre y a toda mujer. Unos han sido llamados a la Casa Paterna por otras enfermedades o por algún accidente inesperado. Unos, de repente estando muy bien, han caído fulminados por un infarto... no sabemos con certeza cuánto más estaremos aquí, un minuto más o montones de años, pero una cosa es cierta, el hombre y la mujer de fe saben reconocer que Jesús nos invita a seguirle «ya», «aquí» y «ahora» en medio de lo que la vida diaria nos pueda otorgar, incluso una pandemia como esta de gran magnitud e incertidumbre. Este seguimiento de Cristo alude, en la perícopa evangélica de hoy simplemente a la vocación cristiana. Jesús ha convocado y convoca a todos los hombres, invitándoles a recibir el don del Reino y asumir su destino de fidelidad y sufrimiento. A quien se atreva a acompañarlo le ha ofrecido lo que tiene: el camino de la cruz, la propia soledad, el sufrimiento, para luego abrazar la resurrección. El Reino de Jesús no es una mezcla entre el sí y el no o un espérame tantito; por eso lo recibe el que se arriesga.

Y así se han arriesgado los santos, al haberlo dejado todo por hacer de Cristo el centro de sus vidas. Así es el caso de San Jerónimo, que ha sido el hombre que en la antigüedad estudió más y mejor la Biblia. Sus últimos 35 años los pasó en una gruta, junto a la Cueva de Belén dejando su vida pasada atrás y dedicándose a la traducción de las Sagradas Escrituras al Latín en una versión conocida como la «Vulgata» de la cual se han obtenido innumerables traducciones modernas teniendo este texto latino como base. Jerónimo solía decir que el que no conoce las Escrituras no conoce el poder de Dios ni su sabiduría, de ahí se sigue —decía claramente— que ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo. Patrono de todos los que en el mundo se dedican a hacer entender y amar más las Sagradas Escrituras, el 30 de septiembre del año 420, cuando ya su cuerpo estaba debilitado por tantos trabajos y penitencias, y la vista y la voz agotadas, y parecía más una sombra que un ser viviente, entregó su alma a Dios para ir a recibir el premio de sus fatigas. Se acercaba ya a los 80 años. Más de la mitad los había dedicado a la santidad y al estudio de las Sagradas Escrituras. San Jerónimo es uno de los Doctores de la Iglesia y a él le pedimos, junto a María Santísima, Trono de la Sabiduría, capacidad para hacer a un lado lo que estorba en el seguimiento de Cristo y un gran amor a las Sagradas Escrituras. ¡Bendecido miércoles!

Padre Alfredo.

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