En el pasaje evangélico del día de hoy (Lc 6,27-38), san Lucas resume varios consejos importantes, dados por Jesús y que san Mateo había agrupado en el sermón de la Montaña. Se trata de unas actitudes evangélicas esenciales para todo discípulo–misionero. El escritor sagrado traduce las palabras de Jesús a un lenguaje muy comprensible y habla de «pecadores»: es exactamente el mismo pensamiento de san Mateo, pero diríamos que en un lenguaje más moderno. El pensamiento esencial de Jesús es que nuestro amor ha de ser universal con un «amor sin fronteras» que es muy exigente y va más allá de todas las leyes psicológicas y sociales, por lo tanto, muy naturales y reales, ¡nuestro amor debe alcanzar las dimensiones mismas de toda la humanidad, enemigos y adversarios comprendidos! Es un amor desinteresado, gratuito y universal.
La enseñanza central de Jesús es el amor. Es como si la cuarta bienaventuranza —dichosos cuando los odien y los insulten— la desarrollara aparte. El estilo de actuación que él pide de los suyos es en verdad cuesta arriba: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian, bendigan a los que los maldicen, oren por los que los injurian; al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite la capa, déjale también la túnica... La lista es impresionante. Y Jesús, con sus recursos pedagógicos de antítesis y reiteraciones, concreta todavía más: si aman sólo a los que los aman, ¿qué mérito tienen?; si hacen el bien a los que los hacen bien, ¿qué mérito tienen?; si prestan sólo cuando esperan cobrar, ¿qué mérito tienen? Esta página del Evangelio es de las más claras, lo que cuesta es cumplirlas, adecuar nuestro estilo de vida a esta enseñanza de Jesús, que, además, es lo que él cumplía el primero. No podemos ser «una copia fiel de Jesús», como dice la beata María Inés Teresa, si no ponemos en práctica estas enseñanzas.
Hoy celebramos a san Nicolás de Tolentino que nació en 1245 en Fermo (Italia) y pasó la mayor parte de su vida en el convento agustino de Tolentino, cerca del lugar donde nació. El hecho de su nacimiento fue una gracia de santo Nicolás de Bari a sus padres, que no se resignaban a tener, año tras año, vacío su hogar; de ahí que agradecidos al hijo que tuvieron lo nombraran Nicolás. Recibió las sagradas Órdenes en el año 1269. Su tarea de predicador le llevó de un lado a otro y predicaba sobre todo con el ejemplo haciendo vivas las enseñanzas del Evangelio. Guía de almas muy estimado, llamaba a su concurrido confesionario «el lecho de los moribundos» y siempre estaba dispuesto a dar el perdón de los pecados, imponiendo penitencias suaves mientras él se reservaba completarlas después en su cuarto. Dormía en jergón de paja y tenía como cubierta sólo su manto. El Demonio muchas veces lo maltrataba, apaleándole, causándole heridas y dejándolo finalmente cojo. Los últimos años de su vida fueron de mucha enfermedad, pero de un gran fruto. Que la Santísima Virgen y san Nicolás de Tolentino intercedan por nosotros para que también pongamos por obra el Evangelio. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!
Padre Alfredo.
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