En el Evangelio de hoy (Lc 7, 31-35) Jesús habla de su generación —que perfectamente puede ser la de nosotros—. Dice que la gente de su entorno se parece a los chiquillos que, sentados en la plaza, se gritan unos a otros diciendo: «hemos tocado la flauta, y no han bailado...» «hemos entonado lamentos y no han llorado...» Corta y trágica es esta pequeña parábola: unos chiquillos «obstinados»: unos quieren jugar a «La fiesta de una boda» e invitan a bailar... los otros quieren jugar a «un funeral». ¿Qué hacer para que termine tal ridícula obstinación? Tampoco los hombres de «esa generación», deja ver Jesús, quieren lo que Dios ha decidido. La predicación de Juan Bautista, más bien austera... y la predicación de Jesús, más bien alegre... no interesan a nadie. En vez de convertirse, la gente se contenta criticando a los predicadores y oponiéndolos el uno al otro. hay siempre excusas para no dar crédito a su mensaje. A Juan le tildan de fanático. A Jesús, de comilón y «amigo de pecadores» y no le aceptan.
La comparación de los dos grupos de niños es expresiva: ni con música alegre ni con lamentos tristes consiguen unos que los otros colaboren. Cuando no se quiere seguir a una persona, se encuentran con facilidad excusas para no hacer caso de lo que nos propone. Hay personas siempre críticas, con mecanismos de defensa contra todo. Como decía Jesús de los fariseos, ni entran ni dejan entrar. En el fondo, lo que pasa es que resulta incómodo el testimonio de alguien y por eso se le persigue o se le ridiculiza. Es muy antiguo eso de no creer y de no aceptar lo que Cristo o su Iglesia proponen. Ahora vemos a mucha gente que quiere hacerse un Dios y una Iglesia a su medida, con sus propias leyes sin aceptar al Papa como autoridad suprema de la Iglesia o indicaciones de los dogmas, pero eso, como digo, es antiguo. Desde el comienzo de la Iglesia ha habido gente que ni entra ni deja entrar y que lo único que hacen es criticar. Lo que a juicio de la gente distinguida de aquella generación era la mayor estupidez y pérdida de tiempo, era en realidad la novedad de Dios. En eso precisamente ha consistido la sabiduría divina. En manifestar en Jesús de Nazaret el verdadero propósito de Dios para la humanidad.
Entre los santos que la Iglesia venera el día de hoy están Cornelio y Cipriano. En Roma, en la vía Apia, en la cripta de Lucina del cementerio de san Calixto, sepultura de san Cornelio, Papa y mártir, que se opuso seriamente a la escisión de Novaciano y, con gran espíritu de caridad, recuperó a la plena comunión con la Iglesia a muchos cristianos caídos en la herejía. Padeció al final el destierro a Civitavecchia, en la Toscana, por parte del emperador Galo, sufriendo lo indecible en palabras de san Cipriano. San Cipriano fue obispo, y mártir también. Juntos son celebrados en esta memoria por el orbe cristiano, porque ambos testimoniaron, en días de persecución, su amor por la verdad indefectible ante Dios y el mundo (252, 258) mostrando a la generación de su tiempo que a Dios se entrega todo y por Dios se entrega todo. Que María Santísima, cuyos sentimientos sintonizaron plenamente con los de su Hijo Jesucristo, nos ayude y aliente en nuestro caminar hacia la patria celestial. ¡Bendecido miércoles!
Padre Alfredo.
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