¡Qué fuerte es el Evangelio de hoy! A veces nos cuesta entender que los caminos del Señor son distintos a los nuestros. Hoy la Palabra nos pone ante esta realidad (Mt 20,1-16). En la parábola de los viñadores, uno puede entender que Dios se presenta como un amo generoso que no funciona por rentabilidad, sino por amor gratuito e inmerecido. Esta es la buena noticia del Evangelio. Pero nosotros, como humanidad, insistimos en atribuirle el metro siempre injusto de la justicia humana. En vez de que el hombre de hoy y de siempre busque parecerse a Dios, intenta que Él se parezca al hombre con salarios, tarifas, comisiones y porcentajes. El hombre quiere comerciar con Dios para que pague puntualmente el tiempo que se le dedica y que prácticamente se reduce, para la mayoría de la gente, al empleado en unos ritos sin compromiso y unas oraciones sin corazón. La mayoría de los bautizados no han tenido la experiencia de que Dios nos quiere y es misericordioso. Existen cristianos que creen que la religión consiste en lo que ellos dan a Dios. Y no, la religión consiste en lo que Dios hace por nosotros.
El verdadero obrero, según el corazón del Señor a la luz de la parábola de hoy, es el que se desinteresa del salario. El que encuentra la propia alegría en poder trabajar por el Reino para que todos conozcan y amen a Dios. En el fondo la parábola nos dice que podemos ser unos trabajadores extraordinarios, pero al mismo tiempo estar enfermos de envidia y por consiguiente, no saber estar en la viña como se debe. Y, sin embargo, la prueba fundamental a que está sometido el cristiano es ésta: ¿eres capaz de aceptar la bondad del Señor, de no refunfuñar cuando perdona, cuando se compadece, cuando olvida las ofensas, cuando es paciente, generoso hacia el que se ha equivocado? ¿Eres capaz de perdonar a Dios su infinita misericordia? La desgracia del hombre es la envidia, el ojo malo. La mezquindad. La infinita misericordia de Dios sólo tiene un enemigo: el ojo malo. Pero quien tiene el ojo malo, y no intenta curarse, es también enemigo de sí mismo porque corre el peligro de echar a perder la eternidad. Si se espera la vida eterna como justa recompensa matemática y asalariada a los propios méritos, se cierra la posibilidad de sorprenderse, como los trabajadores de la hora undécima, frente a la generosidad del amo. Se pasará la eternidad contabilizando méritos para confrontarlos con los de los demás. Corrigiendo las operaciones de Dios. Una condenación.
Hoy la Iglesia recuerda, entre sus santos, a san Andrés Kim Taegön, presbítero, Pablo Chöng Hasang y compañeros, mártires en Corea. Se veneran este día en común celebración dentro del conjunto de ciento tres mártires que en aquel país testificaron intrépidamente la fe cristiana, introducida fervientemente por algunos laicos y después alimentada y reafirmada por la predicación y celebración de los sacramentos por medio de los misioneros. San Andrés Kim Andrés fue bautizado a los 15 años de edad. Después viajó 1,300 millas hasta el seminario mas cercano, en Macao, China. Seis años después se las arregló para volver a su país a través de Manchuria. Ese mismo año cruzó el Mar Amarillo y fue ordenado sacerdote en Shangai, es el primer sacerdote corano. De Pablo Chöng sabemos que era seminarista. Todos estos atletas de Cristo —tres obispos, ocho presbíteros, y los restantes laicos, casados o no, ancianos, jóvenes y niños—, unidos en el suplicio, consagraron con su sangre preciosa las primicias de la Iglesia en Corea (1839-1867). Que ellos y la Santísima Virgen María nos ayuden a conocer y vivir en la misericordia de Dios con un corazón abierto a la gracia y gozoso del perdón de Dios que ha de llegar a todos. ¡Bendecido domingo!
Padre Alfredo.
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