Hoy celebramos con bombo y platillo la fiesta de la natividad de la Virgen María. Los discípulos–misioneros de Cristo no podríamos entender nuestras vidas, nuestro ser y quehacer sin nuestra Madre, la Virgen María. Es imposible entender en toda su hondura la misión de la Iglesia sin Santa María. Es imposible entrar en el alma y dar entrañas de esa humanidad si se aleja al cristiano de la presencia en su corazón y en su vida de esta mujer excepcional, de este ser humano singular que es la Virgen María, quien trajo al mundo a quien ha descrito verdaderamente lo humano. Y yo creo que muchos de nosotros, que nos congregamos virtualmente para rezar juntos el Santo Rosario, constatamos esta realidad. Muchos son los que han descubierto en María en este tiempo de pandemia cómo Dios siempre llama al ser humano para entregar vida y ponerse al servicio de los demás. Las súplicas que elevamos juntos a la Madre Dios desde este valle de lágrimas son acogidas y presentadas al Señor.
Con nuestra oración y el recuerdo de este día tan especial, honramos a Nuestra Señora, la Madre de Dios y Madre nuestra, por medio de la cual todo el género humano ha sido iluminado con su gracia. La tristeza que nos trajo Eva, la madre de la primera Humanidad, se ha transformado en María en una inmensa alegría. Eva, por su mal comportamiento, escuchó esta la sentencia divina: «parirás con dolor». A María, por el contrario, el ángel del Señor le dijo: «Alégrate María, llena de gracia, El Señor está contigo». Como la primera Eva fue formada por Dios de la costilla de Adán, toda radiante de vida y de inocencia, así María, espléndida e inmaculada, salió del corazón del Verbo eterno, el cual por obra del Espíritu Santo, quiso modelar aquel cuerpo y aquella alma que debían servirle un día de tabernáculo y altar. El nacimiento de María, la Virgen y futura Madre de Dios, llenó de alegría a todo el mundo, pues de ella nacería Jesucristo, nuestro Señor, que borrando la maldición, llegada de Adán y Eva, nos traería a todos la bendición y, triunfando de la muerte, nos daría vida eterna. Por eso recordar la Fiesta de la Madre es siempre motivo de honda alegría para cualquier hijo. Nosotros, los cristianos, que recibimos de Jesús a su madre como madre nuestra, como herencia al pie de la Cruz, a través del evangelista San Juan, el discípulo amado (cf. Jn 19, 26-27), tenemos a la Virgen María como verdadera Madre que cuida de nosotros desde el cielo.
El nacimiento de un niño o niña, es siempre un momento de gran maravilla y misterio. El nacimiento de Nuestra Señora es todavía un evento más feliz; es un claro signo de que está muy cerca la salvación, el cumplimiento de las promesas de Dios. La Virgen María guía nuestras personas para que vivamos la vida como verdaderos cristianos y para ser capaces de llevar la Palabra y el amor de Dios a todos los hombres y mujeres de buena voluntad. El Evangelio de hoy (Mt 1,18-23) nos recuerda que la Santísima Virgen representa a la vez, la comunidad cristiana, en cuyo seno nace la nueva creación por la obra continua del Espíritu. El Evangelio nos habla de José como el hombre justo que recibirá a María como su esposa de la que nacerá el Salvador. El ángel del Señor, que le habla en sueños a José y que representa a Dios mismo, resuelve el conflicto que aquel joven desposado con María vivía, invitando en él al Israel fiel a aceptar la nueva comunidad, porque lo que nace en ella es obra de Dios. A la Santísima Virgen María el Evangelio la llama bienaventurada, porque siempre creyó en el cumplimiento de la Palabra. Hoy le suplicamos al Señor, que su Santísima Madre, cuyo nacimiento celebramos hoy, interceda por nosotros para que sepa escucharnos y creer en lo que hoy le queremos decir. ¡Bendecido martes!
Padre Alfredo.
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