viernes, 4 de septiembre de 2020

«La hermana Conchita Torres y el desposorio con Cristo»... Vidas consagradas que dejan la huella de Cristo LXXI

Hoy quiero hablar de una misionera que, en toda la extensión de la palabra, supo vivir su desposorio con Cristo en su vocación a la vida consagrada y a quien tuve el inmenso gusto de conocer y tratar varias veces compartiendo diversos momentos en distintas etapas de mi vida como religioso, misionero y sacerdote. Se trata de la hermana Concepción Torres.

La hermana Conchita, como cariñosamente le conocimos, nació en Yurécuaro, Michoacán, el 13 de mayo de 1933. Ella conoció a la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento en una gira vocacional que realizó en aquel estado. Tres jovencitas —otras dos junto con ella— fueron recibidas por la beata e ingresaron juntas a la congregación de las Misioneras Clarisas, perseverando hasta el final. Y como cada vocación es una historia de amor, así inició la historia de ella con el Esposo de las almas.

La beata María Inés presidió todas las ceremonias de su vida religiosa en la Casa Madre, en Cuernavaca, Morelos: desde su ingreso, el primero de marzo de 1948; su noviciado este mismo año; su primera Profesión, el 18 de octubre de 1949 y los votos perpetuos el 12 de agosto de 1954. Apenas emitidos sus votos temporales, su primer destino fue la casa de Puebla, donde en 1950 comenzó a estudiar la Normal y, posteriormente la Normal Superior en la especialidad de Ciencias Sociales. A medida que progresaba en sus estudios, sus responsabilidades iban cambiando, fue maestra titular de un grupo, responsable de disciplina, directora de primaria y, al mismo tiempo, responsable del Internado de la Universidad Femenina, hasta el año de 1958.

En 1959, la beata María Inés Teresa, como fundadora y superiora general del instituto, pensó en la hermana Conchita para ir al frente de la fundación de Santo Domingo de Heredia, en Costa Rica, donde junto con otras hermanas, atenderían el colegio «Santa María de Guadalupe», con la finalidad de extender el reino de Dios, mediante la educación de la juventud, y la atención a la pastoral parroquial, para dar a conocer la congregación en Centro América. Así inició su primer periodo como superiora local de la comunidad y subdirectora del Colegio. Algunos años después, el 25 de febrero de 1962, cuando quedó constituida la entonces región de Centro América, ahora Costa Rica, fue nombrada primera superiora regional.

Posteriormente, en 1968, regresa a la región de México, primero a la Preparatoria de la Universidad Femenina, y al año siguiente, como responsable del internado de las alumnas de esta misma universidad.

Por su buen trato con las jóvenes universitarias y su experiencia en el internado de Puebla, en agosto de 1969, fue destinada a Pamplona, en España, donde se abriría el Colegio Mayor Santa Clara para jóvenes universitarias. Ese año, junto con otra hermana, viajó en barco de Veracruz a Italia con la encomienda de trasladar parte del archivo de la Casa General a Roma, donde después de estar algún tiempo con la beata María Inés, partió en tren, a su destino, para ayudar a disponer el colegio, del que sería subdirectora, que aún no estaba listo y abriría sus puertas en octubre de 1970. Con el entusiasmo que la caracterizaba, colaboró junto con las demás hermanas, en la limpieza y arreglos del lugar, en la preparación de la respectiva documentación, con el fin de dejarlo listo para la inauguración en la que estuvo presente la beata María Inés Teresa como fundadora y superiora general.

Allí, junto con el resto de la comunidad, se entregó de lleno a Cristo en las jóvenes universitarias, pasando por las ocupaciones propias del apostolado y los apuros de una nueva fundación. Gracias a Dios, contando siempre con la maternal ayuda de la beata María Inés, poco a poco, fueron organizando la vida del colegio, teniendo mesas redondas y actividades de planeación, consultando con los diferentes colegios mayores, para ir mejorando actividades y servicios en favor de las colegialas. Durante ese tiempo que estuvo en el Colegio Mayor Santa Clara, ayudó mucho en la organización del mismo, realizando actividades para las colegialas, con las que tenía un trato cercano y religioso.

En 1974, quedando vacante el servicio de superiora regional de España, se le pidió este servicio, hasta que, como superiora regional, participó en el Capítulo General Intermedio de 1979, en el que fue elegida consejera general, cargo que ejerció por dos periodos más, por lo que estuvo en Roma, desde finales de 1979 hasta finales de 1994.

Siendo Consejera General, fue enviada a Costa Rica, de 1986 a 1988, como responsable de la construcción de la Casa Pastoral «María Inés Teresa Arias», en Moravia. Regresando a Roma hasta que dejó terminada e inaugurada la obra, el 2 de febrero de 1988.

Viviendo en la Casita —la casa del gobierno general—, como consejera, fue una hermana disponible, disfrutaba trabajar en equipo, siendo fraterna, colaborando y auxiliando en las diferentes labores, ya que, en ocasiones era poco el personal. Siendo una religiosa obediente, sabía exponer con sencillez sus buenas opiniones y consejos. Durante estos años, le tocó estar con la beata Madre fundadora hasta su muerte, acompañándola en su enfermedad, mostrando su gratitud, cariño y fidelidad a ella, a la congregación y al espíritu de la misma, lo cual mantuvo hasta el final de sus días.

Allí en Roma, cuando yo estaba en el noviciado, tuve el gran regalo de conocer a la hermana Conchita y disfrutar muchos momentos que son momentos de Dios en conferencias, charlas muy profundas y hasta paseos a conocer diversas partes de Italia, Iglesias, monasterios y lugares de interés cultural. De allí nació una amistad que se prolongó a lo largo de todo el resto de su vida hasta mi última visita a la Casa del Tesoro en Guadalajara. 

Una vez terminados los tres periodos como consejera general, en 1995 fue destinada a la casa de Dublín, Irlanda, a la residencia para jóvenes universitarios, donde se ocupó en las labores propias de esta casa.

Posteriormente se le pidió regresar a Costa Rica, para atender unos asuntos referentes a la Casa Pastoral, razón por la que permaneció ahí de 1995 a 1997, quedando interinamente responsable de la región, a la espera de la llegada de la que sería la nueva superiora regional.

Regresó luego a la región de México, a la casa de Guadalajara, para hacerse cargo de la Residencia Universitaria, hasta que se cerró en 1998. Como buena directora, trataba de llevar a las jóvenes a Dios, tratándolas con alegría y respeto, dándose a querer por ellas, quienes le correspondían un sincero cariño en Cristo. Al año siguiente, fue nombrada superiora local de esta comunidad, a la vez que ayudaba en la supervisión de la construcción del nuevo edificio para las hermanas de la «Casa del Tesoro» de la Congregación —así llamada la casa para las enfermas—.

Mientras desempeñó sus diversos cargos como superiora en esa y otras comunidades, fue una madre que acompañó a las almas que Dios le puso en sus manos. Las hermanas que la trataron comentan que era muy humana, bondadosa, comprensiva y coherente en su vida religiosa. Procuraba estar con las hermanas en las diferentes encomiendas y oficinas, motivándolas, ayudándolas y aprendiendo juntas a realizarlas. Cuando era necesario corregir, lo hacía con respeto, caridad y amor. Se esforzaba por cumplir responsablemente y con rectitud las enseñanzas de la beata María Inés. También le gustaba motivar la liturgia y, procuraba que las hermanas vivieran su vida espiritual con fidelidad, tratando que tuvieran también sus momentos comunitarios, tan necesarios en la vida religiosa para mantener vivo el amor a la propia vocación. Disfrutaba mucho los pases comunitarios y los momentos de recreación, en los cuales las almas se conocen tal cual son.

En el año 2007, ante la necesidad de realizar la rehabilitación de la casa de Ixtlán del Río, Nayarit, se le pidió se trasladara a esta comunidad, de la que fue vicaria local hasta el año 2011, cuando regresó a la comunidad de Guadalajara, para formar parte de la misma.

Siempre muy religiosa, educada, de buenos gustos y maneras, tanto en su trato, como en su persona; siempre presentable, limpia y arreglada se daba a querer. Le gustaban los detalles y procuraba mantener el buen orden en la casa. Siempre amable, cortés, amigable, simpática y muy espiritual, tanto hacia adentro de la comunidad, como con las personas con las que se relacionaba, siendo transparente en su relación con todos. 

En Costa Rica y en las diferentes misiones, fue una hermana apreciada y querida por la gente, quienes están agradecidos con ella, por su testimonio de fidelidad y entrega. Vivió su espíritu misionero, donándose completamente y sin reservas, en las diferentes construcciones en las que colaboró como responsable, fomentando ese mismo espíritu en los corazones de las personas, para que ellos mismos se convirtieran en bienhechores de las obras y del Reino de Dios.

Fue sencilla, humilde, profunda y muy espiritual; silenciosamente alegre y, con su porte, reflejaba el amor que ella le brindaba al Señor, a quien entregaba, con profunda paz, las diferentes pruebas y circunstancias, tanto alegres y sencillas, como dolorosas. Todo era para dárselo a Él, y así vivía, siendo toda de Él. Fue, como comenta una de las hermanas Misioneras Clarisas que la trató de cerca, «como una llama grande, una llama que ardía para los demás». Para mí, que tuve la dicha de convivir con ella en Roma, en Costa Rica y en México, queda en mis recuerdos como una mujer extraordinaria en todo sentido. Una mujer de Dios y muy amante de la Santísima Virgen.

Desde hace algún tiempo, debido a problemas en la columna y recientemente, por úlcera gástrica, el Padre Misericordioso le pidió ser una ofrenda en la Cruz con su Hijo Jesús, pero fue especialmente en los últimos años, que se le veía vivir silenciosa, tranquila, serena, como atestigua una de las hermanas religiosas: «cuando sentí que ya aceptaba del todo la voluntad de Dios, fue otra; su semblante era no sólo de silencio, sino de una aceptación alegre de lo que el Señor iba permitiendo en ella, transmitiendo serenidad y paz con sonrisas.»

La última semana de su vida, su salud se agravó, por lo que fue necesario hospitalizarla, y después de cuatro días, por lo delicado de su estado, el equipo de médicos que la atendían, comunicaron a las hermanas que médicamente ya no podían ayudarla.

Fue trasladada de nuevo a la «Casa del Tesoro» recibiendo las debidas atenciones, con la delicadeza y cariño de las hermanas que ya la esperaban. Transcurrió la noche y, al atardecer del domingo, acompañada, con cantos y oración, por las hermanas de esta comunidad y algunos familiares, «cuando había llegado para la Misionera la hora feliz de partir de este mundo... viéndose libre, voló a las mansiones eternas, hasta los brazos de su Dios, para escuchar la voz del Amado» (Cfr. Lira del Corazón, Cap. XII), quien le había compartido su cruz, que ella abrazó del mismo modo en que vivió: con generosidad, serenidad, amor, paciencia y fidelidad. Murió el domingo 23 de agosto de este año de 2020.

Descanse en paz nuestra querida hermana María Concepción Torres Bravo.

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