Hoy celebramos la fiesta del apóstol y evangelista san Mateo. Él mismo nos cuenta en su Evangelio su conversión (Mt 9,9-13). Estaba sentado en el lugar donde recaudaban los impuestos y Jesús le invitó a seguirlo. Mateo —dice el Evangelio— «se levantó y lo siguió» (Mt 9,9). San Mateo es alguien que en el grupo de los Doce es totalmente diferente de los otros apóstoles, tanto por su formación como por su posición social y riqueza. Se ve, por su tarea de recaudador de impuestos, que debe haber estudiado economía para poder fijar el precio del trigo y del vino, de los peces que le traerían Pedro y Andrés y los hijos de Zebedeo y el de las perlas preciosas de que habla el Evangelio. En su conversión se hace presente la misericordia de Dios como lo manifiestan las palabras de Jesús ante la crítica de los fariseos: «Yo quiero misericordia y no sacrificios. Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores» (Mt 9,13).
Parecería extraño que de buenas a primeras san Mateo lo haya dejado todo para seguir a Jesús, pero es que cuando Dios llama, cuando Él da la vocación —en este caso llamando con fuerza con su voz— el Señor lo iluminaba de un modo interior e invisible para que seguirle y éste, es el caso de este Apóstol y Evangelista. Jesús, al llamarlo, infundió en su mente la luz de la gracia espiritual, para que comprendiera que aquel que aquí en la tierra lo invitaba a dejar sus negocios temporales era capaz de darle en el cielo un tesoro incorruptible. El publicano Mateo recibió en alimento por corresponder al llamado, «el pan de vida e inteligencia» (Si 15,3); y de esta misma inteligencia hizo en su casa un gran banquete para Nuestro porque había sido hecho partícipe de una abundante gracia, conforme a su nombre, que quiere decir «don del Señor». Evidentemente Mateo comprendió que la familiaridad con Jesús no le permitía seguir realizando actividades desaprobadas por Dios. A san Mateo lo conocemos además por su Evangelio, un escrito inspirado por Dios para perfilar la figura de la Iglesia.
En su Libro Santo, el Apóstol y Evangelista se dirige a una comunidad de lengua nueva y de mayorías judeo–cristiana, es decir, de gente que provenía del judaísmo. Probablemente su Evangelio fue escrito después del año 70 y antes del 90 como fecha tope. A partir de Papías, obispo de Gerápolis, en Frigia, alrededor del año 130 se conoce más de esto cuando escribe Papías: «Mateo recogió las palabras —del Señor— en hebreo, y cada uno las interpretó como pudo» (en Eusebio de Cesarea, Hist. eccl. III, 39, 16). El historiador Eusebio añade este dato: «Mateo, que antes había predicado a los judíos, cuando decidió ir también a otros pueblos, escribió en su lengua materna el Evangelio que anunciaba; de este modo trató de sustituir con un texto escrito lo que perdían con su partida aquellos de los que se separaba» (ib., III, 24, 6). Hoy seguimos escuchando la voz persuasiva del publicano Mateo que, al convertirse en Apóstol, sigue anunciándonos la misericordia salvadora de Dios. Escuchemos este mensaje de san Mateo, bajo la mirada dulce de María a quien él describe en la infancia de Jesús, meditémoslo siempre de nuevo, para aprender también nosotros a levantarnos y a seguir a Jesús con decisión. ¡Bendecido Lunes!
Padre Alfredo.
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