Cuando se toca el tema de las «Bienaventuranzas», estamos más acostumbrados a escuchar a san Mateo en el capítulo 5 que a san Lucas en el capítulo 6. Hoy es San Lucas (Lc 6,20-26) quien nos habla del tema. Es interesante hacer notar cómo san Lucas habla únicamente de los «pobres», de los «hambrientos», de los que «lloran», sin añadir calificativo alguno, mientras que san Mateo nos habla de los «pobres de espíritu» o de los que «tienen hambre y sed de justicia». El texto de san Mateo se refiere a los hombres que se tienen a sí mismos por pobres delante de Dios y lo esperan todo de él, sin confiar en su propia autosuficiencia. Y aunque este significado puede salvaguardarse también en este texto de san Lucas del día de hoy, puesto que el reino de los cielos y no la riqueza es la esperanza y la dicha de los pobres, no cabe duda de que subraya la pobreza como una situación objetiva favorable y hasta necesaria, aunque no suficientemente, para llegar al reino de Dios. En cambio, las riquezas son un verdadero obstáculo. Diríamos que san Lucas invita a vivir algo más que la simple austeridad, a ser agradecidos con lo que se tiene como esencial para vivir y estar disponibles a darnos a los demás.
El texto habla de los pobres y los ricos, sin embargo, viendo detenidamente el texto y el contexto de este, vemos que las bienaventuranzas no son prometidas a quienes son pobres porque son pobres, y las maldiciones no se dirigen contra los ricos porque son ricos. De hecho, Jesús elogia a los pobres que viven en dos mundos a la vez: el presente y la escatología, y se entristece por los ricos que no viven más que en un solo mundo, el que encadena casi inevitablemente a quien lleva una vida confortable. El rico es el que se da tan pronto por satisfecho con lo que posee que no realiza el viaje hacia la profundidad de su ser, a lo que, por otra parte, nada le llama. El pobre no posee más que su soledad, pero la vive con ese valor de ser que le lleva a las profundidades de su ser, allí donde se vislumbra otro mundo. Solitario en ese orden, el pobre es rico en la participación de este otro orden, participa ya en las victorias y de su proximidad. Las bienaventuranzas sólo pueden germinar en la vida de aquellos seguidores de Jesús que en la actualidad viven con alegría su opción por el evangelio. Aquellos que han comprendido que la pobreza es algo más que la austeridad y que la felicidad es algo más que la diversión.
Hoy celebramos a san Pedro Claver, un sacerdote de la Compañía de Jesús, que en Nueva Cartagena, ciudad de Colombia, durante más de cuarenta años, consumió su vida con admirable abnegación y eximia caridad para con los esclavos negros, bautizando con su propia mano a casi trescientos mil de ellos dándoles la felicidad de las bienaventuranzas en la Buena Nueva. Los esclavos hablaban diferentes dialectos y era difícil comunicarse con ellos. Para hacer frente a esta dificultad, el padre Claver organizó un grupo de intérpretes a quienes instruyó haciéndolos catequistas. Mientras los esclavos estaban retenidos en Cartagena en espera de ser comprados y llevados a diversos lugares, el padre Claver los instruía y los bautizaba. Era conocido por sus milagros y llegó a catequizar y bautizar a mas de 300,000 esclavos negros. ¡Siempre hay mucho que hacer para poner en prácticas las bienaventuranzas y para animar a otros a vivirlas! Que María, la esclava del Señor, la Mujer feliz porque ha creído, la bienaventurada Madre de Dios interceda por nosotros para vivir en plenitud las bienaventuranzas. ¡Bendecido miércoles!
Padre Alfredo.
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