lunes, 14 de septiembre de 2020

«Señor, no soy digno»... Un pequeño pensamiento para hoy

En el fragmento del Evangelio de hoy (Lc 7,1-10), Jesús hace un milagro a distancia, realizado por la Palabra sola. En el curso de su vida de taumaturgo sólo realizará dos milagros de este tipo (el otro pasaje está en Mt 15, 22-28). Parece ser que esto lo hace Jesús para respetar la prohibición hecha a los judíos de entrar en la casa de un pagano y no escandalizar a la gente. El oficial romano, un centurión que aparece en escena, era uno de aquellos paganos a los que ya no satisfacían los mitos politeístas, cuya hambre religiosa no se saciaba con la sabiduría de los filósofos y que, por consiguiente, simpatizaba con el monoteísmo judaico y con la moral que de él derivaba. Se ve que era temeroso de Dios, profesaba la fe en el Dios único, tomaba parte en el culto judío, pero todavía no había pasado definitivamente al judaísmo. Buscaba la salvación de Dios. Su fe en el Dios único, su amor y su temor de Dios lo manifestaba en el amor al pueblo de Dios y en la solicitud por la sinagoga que él mismo había edificado. Sus sentimientos religiosos se expresaban en obras.

Los ancianos de los judíos, miembros dirigentes de la comunidad, ven en Jesús a un hombre por el que Dios hace favores a su pueblo. Están convencidos de que Dios sólo otorga tales favores a su pueblo, pero esperan que haga una excepción con el centurión por los méritos que se ha granjeado con el pueblo de Dios, y que se muestre también clemente con el pagano. Sin embargo, estiman que la pertenencia a Israel es condición necesaria para la salvación (Hch 15. 5). Los ancianos de los judíos consideraban necesaria la presencia de Jesús para la curación del enfermo. En cambio, el centurión atribuye eficacia a la sola palabra de Jesús. Por su experiencia del mundo militar la considera como orden de mando y acto de autoridad. Tal palabra causa lo que expresa. Independientemente de la presencia del que la profiere hace llegar a todas partes el poder salvador. Con esta palabra basta para que se expulsen los poderes malignos y se reciba la salvación. Nosotros, al acercarnos a comulgar repetimos aquella misma frase del centurión: «Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme».

Seguramente aquel oficial romano había visto el testimonio de algunos de los seguidores de Jesús y por eso se acercó a Él. ¡Qué importante es el testimonio de todo discípulo–misionero de Cristo! Entre las cartas de la beata María Inés Teresa, hay una del 24 de diciembre de 1977 en donde apunta: «El mundo hoy y siempre tiene necesidad de ver en nosotros personas que, creyendo en la Palabra del Señor, en su Resurrección y en la vida eterna, entreguen su vida terrena para dar testimonio de la realidad de este amor que se ofrece a todos los hombres». Santa Salustia de Roma casada con San Cereal, se convirtió al cristianismo, instruida en la fe por San Cornelio Papa. Su vida cambió gracias al testimonio de los cristianos de su tiempo. Murió mártir en Roma, en medio de las persecuciones de Decio, en el año 251y su fiesta se celebra hoy. Que la Santísima Virgen María interceda por nosotros para que esta escena del oficial romano y el testimonio de Santa Salustia, den pie a que hagamos una revisión en nuestra vida a ver si somos auténticos testigos de Cristo que invitan a otros a abrazar la fe. ¡Bendecido lunes!

Padre Alfredo.

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