viernes, 18 de septiembre de 2020

«Las mujeres y Jesús»... Un pequeño pensamiento para hoy

Hay gente que es muy detallista, y entre los evangelistas podemos decir que el más detallista es san Lucas, se detiene en algunas pinceladas que los otros tres pasan por alto. San Lucas es el único que menciona los nombres de las mujeres que acompañaban a Jesús a lo largo de sus viajes y de ello nos habla el Evangelio de hoy (Lc 8,1-3). Dice que entre los que seguían a Jesús estaban, por supuesto los Apóstoles y algunas mujeres: «María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios —Y que ha sido llamada por el Papa Francisco «Apóstol de los Apóstoles»; Juana, mujer de Cusa, el administrador de Herodes; Susana y otras muchas». Lucas nos dice, además que eran antiguas endemoniadas. Esta afirmación subraya que, para el Antiguo Testamento, como para muchas viejas civilizaciones, la mujer estaba marcada, por una especie de «interdicto», objeto de fuerzas misteriosas (Lc 4, 38;13, 16. 8, 43). Las mismas mujeres se sometían a esa trágica marginación. Por ejemplo, la Samaritana, a quien Jesús pidió agua, se sorprende de que un judío se atreva a hablarle a una mujer (Jn 4,9). Vemos pues, en este Evangelio de hoy, que Jesús libera totalmente a la mujer: ni en su mente ni en sus actitudes concretas hace diferencia alguna entre el hombre y la mujer.

¡Cuántas veces aparecen las mujeres en el Evangelio con una actitud positiva y admirable! Baste recordar las que estuvieron cerca de él en el momento más trágico, al pie de la cruz, junto con María, su madre. Y que luego fueron las primeras que tuvieron la alegría de ver al Resucitado y anunciarlo a los demás. La tradición nos relata que ellas fueron las primeras en las escenas de las apariciones de Cristo resucitado (Lc 24, 10) y precisamente a las que san Lucas anota en el pasaje evangélico de hoy. Habiendo acompañado a Jesús desde el comienzo de su ministerio público, todo como los Doce, eran iguales a los hombres para el anuncio de la «Buena Nueva». A lo largo de los siglos, han dado en la Iglesia testimonio de una fe recia y generosa muchas mujeres: religiosas, laicas, misioneras, catequistas, madres de familia, enfermeras, maestras... que colaboran eficazmente en la misión de la Iglesia, cada una desde su situación, entregando su tiempo, su trabajo y también su ayuda económica. La Biblia nos dice que la primera persona europea que creyó en Cristo, por la predicación de Pablo, fue una mujer: Lidia (Hch 16).

Entre los santos y beatos de la Iglesia está santa Ricarda de Andlau, también conocida como Riquilda (c. 840-18 de septiembre de 895). Ella fue una emperatriz y esposa de Carlos III. Fue santificada por su seguimiento radical a Cristo y por su piedad. Nació en Alsacia, hija de Erchanger, conde de Nordgau, de la familia de Ahalolfinger. Se casó con Carlos en 862 y fue coronada con él en Roma por el Papa Juan VIII en 881. El matrimonio no tuvo hijos. Al final de sus días se retiró a la abadía de Andlau, que ella misma había fundado en el año 880, y donde su sobrina Rotrod era abadesa. Murió en Andlau el 18 de septiembre y fue enterrada allí. ella no es tan conocida como otras santas mujeres, vivió llena del amor a Cristo y por eso quiso seguirle por entero. Los hombres y mujeres, en la Iglesia, tenemos en común, la fe y la misión evangelizadora. Y en eso las mujeres han sido, ya desde el principio, empezando por la santísima Virgen María, las que más ejemplo nos han dado a toda la comunidad. Las mujeres cristianas, religiosas o laicas, siguen realizando una misión hermosísima y meritoria en la vida de la comunidad. Si con Jesús tuvieron un lugar entre los discípulos junto a los Apóstoles, cabe agradecer hoy y siempre su papel en la Iglesia. ¡Bendecido viernes!

Padre Alfredo.

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