Pero es poco lo que como comunidad de creyentes, como discípulos–misioneros de Cristo hemos entendido de la enseñanza y del ejemplo de Jesús, en su actitud de Siervo: «No he venido a ser servido sino a servir». Tendría que repetirnos la lección del niño puesto en medio de nosotros como «el más importante». El niño era, en la sociedad de su tiempo, el miembro más débil, indefenso y poco representativo. Pues a ése le pone Jesús como modelo para servir a todos. Las palabras de Jesús ponen de manifiesto que las aspiraciones de un discípulo no deben imitar las aspiraciones de los discípulos de los fariseos, que además sentían «la exclusiva» del mensaje. Éstos sólo buscaban el reconocimiento y la popularidad manipulando a la gente para ganar posición social. El discípulo de Jesús no se debe dejar llevar por aquello, sino que, siguiendo el ejemplo del niño sirviente, se pondrá en el último lugar para servir y animar a los hermanos. Sólo la actitud de servicio le dará una nueva dimensión al ser humano.
Uno de los hombres que destaca en esta actitud de servicio es el Beato Bernardino de Feltre, Misionero de la Orden de Frailes Menores que nació en Feltre, Italia, en 1439 y murió en Pavía, el 28 de septiembre de 1494. Inspirado para ingresar en la Orden Franciscana Bernardino recibió el Hábito. Completó exitosamente sus estudios en Mantua y fue ordenado sacerdote en 1463. Sanado milagrosamente de un defecto en su dicción, Bernardino inició su largo y fructífero apostolado, que le mereció ser clasificado como uno de los más grandes misioneros franciscanos del siglo XV. Los frutos de su trabajo fueron maravillosos y perdurables. Sin embargo, Bernardino será mejor recordado en conexión con los «Montes de Piedad», de los que él fue reorganizador y en cierto sentido, su fundador para el servicio de los más pobres y necesitados. A él le podemos pedir que no abandonemos nunca la oportunidad de servir a los hermanos, porque es al mismo Cristo al que podemos estar sirviendo y como María, que en Caná no tuvo nada para dar, pidámosle a su Hijo que sea Él quien haga el milagro. ¡Bendecido lunes!
Padre Alfredo.
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