¡Todos somos responsables unos de otros! Es quizá ésta la enseñanza básica del evangelio de este domingo. Si somos hermanos no podemos desentendernos unos de otros ni convertirnos en una especie de islas que vivan en aislamiento y en soledad. Debemos ayudarnos mutuamente a vivir como cristianos a través de un real testimonio de vida cristiana que demos unos a otros y sabiéndonos comunidad. Todos sabemos por propia experiencia que lo que más nos ha ayudado a seguir el camino de Cristo es ver a otros hermanos que vivían la fe, el amor, la esperanza de Jesucristo. Aún recuerdo yo, por ejemplo, la figura de la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento o la de san Juan Pablo II a quienes conocí jovencito. Esas grandes figuras y el testimonio de muchos hermanos y hermanas que desbordaban el gozo por vivir la fe me contagiaron.
En la vida de una comunidad cristiana tenemos que participar y sentirnos corresponsables, porque no somos una «sociedad anónima» —aún cuando en algunas ocasiones especiales como esta de la pandemia formamos más bien comunidades virtuales—; tenemos muchas ocasiones de colaborar con nuestra voz y nuestro trabajo a mejorar las cosas —equipos parroquiales, consejos parroquiales, etc.—. En la vida de familia, el marido y la mujer pueden ayudarse con la oportuna palabra de ánimo y con una corrección hecha desde el amor; el diálogo entre padres e hijos puede ser enriquecedor y correctivo, en ambas direcciones. En una comunidad religiosa, una palabra a tiempo puede a veces evitar desvíos que llevarían a consecuencias irreparables y el gozo de compartir la oración dejan en claro la escucha, por parte de Dios, de lo que se pide. Los amigos son buenos amigos también cuando contribuyen a que el amigo madure, recapacite y vaya corrigiendo sus defectos. En fin, el pequeño trozo del Evangelio de hoy (Mt 18,15-20) nos deja mucha y muy buena tarea.
Este día se celebra la memoria del beato Pascual Torres Lloret, un español que nació el 23 de enero de 1885 en el seno de una familia modesta, que contrajo matrimonio con Leonor Pérez Canet con quien tuvo dos hijos y dos hijas y se ganaba la vida como maestro de obras. Fervoroso cristiano, que cada día iba a recibir la sagrada comunión y a hacer un rato de oración y lo abordaba todo desde la fe, no se echaba nunca atrás por ninguna adversidad. Apóstol seglar decidido, militante de Acción Católica e incondicional de la Iglesia, pertenecía también a la Adoración Nocturna y a las Conferencias de San Vicente de Paúl. Llegada la revolución de julio de 1936, fue detenido. No quiso esconderse como le aconsejaban; por el contrario, visitaba a sus amistades confortándolas y animándolas, escondía libros y vasos sagrados, y guardó en su casa el Santísimo Sacramento. Durante el mes de agosto hubo de comparecer tres veces ante el Comité. Por fin, el día 6 de septiembre de 1936, lo detuvieron al mediodía, lo condujeron al que había sido cuartel de la guardia civil y allí lo tuvieron hasta la noche en que lo llevaron al cementerio y lo fusilaron. Que él y la Virgen Madre, que vela siempre por la comunidad de sus hijos, nos ayuden siempre a hacer algo por los demás. ¡Bendecido domingo!
Padre Alfredo.
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