sábado, 26 de septiembre de 2020

«El segundo aviso de la pasión de Cristo»... Un pequeño pensamiento para hoy

El Evangelio de hoy, en san Lucas (Lc 9,43-45) nos presenta el segundo anuncio de la Pasión; y lo sitúa justo en el momento que «la gente estaba admirada». Ocasión esta de profundizar en la conciencia íntima de Jesús: el sacrificio de su vida, que termina su «viaje aquí abajo», y que relatan los cuatro evangelistas, ¡no es simplemente un episodio, el último... es el centro! Jesús pensaba en ello desde mucho tiempo. Se preparó detenidamente. Y trató, en vano, de preparar a sus apóstoles que no entendían sus palabras. Los apóstoles, seguramente, no querían abordar ese asunto con Él, porque interiormente rehusaban la muerte de Jesús. No comprendían, por nada, que ese era su mayor acto de amor. Y, además, «les daba miedo preguntarle sobre el asunto». Los seguidores de Jesús, como mucha de gante de su tiempo, tenían en su cabeza un mesianismo político, con ventajas materiales para ellos mismos, y discutían sobre quién iba a ocupar los puestos de honor a la derecha y la izquierda de Jesús. La cruz no entraba en sus planes.

Muchos, en nuestros días, quisieran sólo el consuelo y el premio, no el sacrificio y la renuncia para seguir a Jesús y ser como Él. A muchos les incomoda aquello de que «el que me quiera seguir, tome su cruz cada día» (Lc 9,23; Mt 16,24). Pero ser seguidores de Jesús, ser sus discípulos–misioneros, exige radicalidad, no creer en un Jesús que se hace a la medida o que deja de lado la cruz. Ser colaboradores suyos en la salvación de este mundo exige su mismo camino, que pasa a través de la cruz y la entrega, como tuvieron ocasión de experimentar aquellos mismos apóstoles que ahora no le entienden, pero que luego, después de la Pascua y de Pentecostés, estarán dispuestos a sufrir lo que sea, hasta la muerte, para dar testimonio de Jesús. ¡Cuánto testimonio tiene que dar el discípulo–misionero en medio de la adversidad como esta que estamos pasando en medio de la calamidad de la Covid-19! Seguimos a Jesús no únicamente por los premios que nos dé, sino llevando la cruz que todo este periodo que parece no acabar pronto, ocasiona.

Hoy la Iglesia celebra a los santos Cosme y Damián, unos gemelos que vivían en Aegeae, sobre la costa de la bahía de Alejandreta, en Cilicia, donde ambos eran distinguidos por el cariño y el respeto de todo el pueblo a causa de los muchos beneficios que prodigaba entre las gentes su caridad y por el celo con que practicaban la fe cristiana, ya que aprovechaban todas las oportunidades que les brindaba la vida y su profesión de médicos para difundir y propagar la fe. En consecuencia, al comenzar la persecución, resultó imposible que aquellos hermanos de condición tan distinguida, pasasen desapercibidos. Fueron de los primeros en ser aprehendidos por orden de Lisias, el gobernador de Cilicia y, luego de haber sido sometidos a diversos tormentos, murieron decapitados por la fe. Conducidos sus restos a Siria, quedaron sepultados en Cirrhus, ciudad ésta que llegó a ser el centro principal de su culto y donde las referencias más antiguas sitúan el escenario de su martirio. A principios del siglo V, se levantaron en Constantinopla dos grandes iglesias en honor de los mártires. La basílica que el Papa Félix (526-530) erigió en honor de Cosme y Damián en el Foro Romano, con hermosísimos mosaicos, fue dedicada posiblemente el 27 de septiembre. Ese día se celebró la fiesta de Cosme y Damián hasta su traslado al 26 de septiembre en el nuevo calendario. Los santos Cosme y Damián son nombrados en el canon de la misa y, junto con San Lucas, son los patronos de médicos y cirujanos. A ellos pidamos la fuerza para abrazar la Cruz como la abrazó María Santísima la corredentora. ¡Bendecido sábado!

Padre Alfredo.

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