lunes, 24 de agosto de 2020

«Celina Alvanés García, el silencio y la caridad»... Vidas consagradas que dejan la huella de Cristo LXVIII

Hay almas que pasan por la vida dejando una estela de amor al silencio y a la vida escondida con Cristo en Dios (cf. Col 3,3) desde la condición de salud que el Señor les ha dado, que a veces es una salud quebrantada siempre. Este es el caso de la hermana Celina, a quien no solamente yo, sino muchos que la conocimos, la recordamos como un alma muy amante del silencio, de la vida interior y de la vida de Nazareth.

Guadalupe Álvanes García nació el 15 de noviembre de 1923 en la Ciudad de México. Después de haber terminado sus estudios de secundaria y para responder al llamado que el Señor le hacía, ingresó a la congregación de las Misioneras Clarisas del <santísimo Sacramento el 11 de diciembre de 1946, iniciando su postulantado en una ceremonia que presidió la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento en Cuernavaca. El 19 de junio de 1947 inició su noviciado en una ceremonia presidida también por la beata Madre Inés y recibió su nombre en religión por lo que de allí en adelante fue siempre la hermana Celina de María.

Hizo su profesión religiosa el 20 de junio de 1948 en la Casa Madre, en Cuernavaca y sus votos perpetuos el 24 de junio de 1951 en la misma Casa Madre y en una ceremonia ante la beata maría Inés Teresa del Santísimo Sacramento.

Su vida como misionera se desarrolló en varias comunidades: La Casa Madre y Grevilias en Cuernavaca; Talara en Ciudad de México, donde fue superiora de la comunidad; Giovi y Garampi en Roma. Sus últimos años los pasó en la Casa Madre en Cuernavaca.

Amante del silencio, como un espacio privilegiado para el encuentro y la convivencia con Dios, desempeñaba con alegría cualquier encomienda que le dieran, especialmente lo relacionado con la atención a las hermanas enfermas de la comunidad, tal vez porque ella valoraba mucho que la hubieran recibido en la congregación cuando ella misma estaba enferma. De hecho, Celina conoció a la beata María Inés estando internada en el Sanatorio Español de Ciudad de México, allí la beata la invitó a formar parte de la obra. Fue un alma sumamente caritativa.

Todos sus dolores y sufrimientos los ofreció siempre por la salvación de las almas. Por mucho tiempo fue colaboradora de la beata María Inés en la secretaría general de la congregación, ocasión que le dio la oportunidad de convivir mucho con ella y conocer más a fondo los anhelos de la Madre Fundadora que fue haciendo suyos en su condición muy particular.

Aún enferma y con dolores en su organismo que eran fuertísimos, buscaba siempre participar en todos las actividades de su comunidad sin eximirse de nada, a menos que estuviera muy enferma. Sobresalía su amor entrañable a la Santísima Virgen y a santa Teresita del Niño Jesús patrona de las misiones. Era una misionera alegre, pues aún de sus mismos achaques solía hacer bromas y nunca hizo de su enfermedad una tragedia. Supo hacer, de su condición de enferma, una mina para salvar muchas almas.

Murió enferma el 24 de marzo de 1992 en Cuernavaca.

Descanse en paz la hermana Celina Alvanés García.

Padre Alfredo.

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