María Beatriz Enriqueta Aguilar Silva nación en la Ciudad de Puebla, México, el día 18 de febrero de 1929. Allí pasó su niñez y su adolescencia. En su juventud ingresó a la congregación de las Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento en donde fue recibida por la beata Madre María Inés Teresa del Santísimo Sacramento el 12 de enero de 1949.
Después de haber concluido su formación inicial con el postulantado y el noviciado, hizo su profesión temporal de vivir en pobreza, castidad y obediencia el 16 de octubre de 1950. Siendo joven profesa, fue nombrada con otras tres hermanas a iniciar la misión primogénita de la congregación en Japón. Allá hizo sus votos perpetuos el 31 de mayo de 1955.
Entre las peripecias características del incio de una misión, y más con las carencias de un país que acababa de librar una guerra, la hermana aprendió muy bien el japonés y ejerció los cargos de maestra de novicias y superiora regional permaneciendo en Japón desde 1951 hasta 1976, año en que fue elegida consejera general teniendo que cambiar su lugar de residencia hacia Roma, Italia. Allí mismo, fue, por varios años, encargada del Centro Catequístico de Animación Misionera en Castel Gandolfo.
En 1985, luego de terminar sus labores en Italia, fue enviada a colaborar como misionera en la región de California. Allí trabajó en catequesis en la comunidad de las Misioneras Clarisas en Los Ángeles, en la parroquia de María, auxilio de los cristianos hasta 1991, año en que fue enviada a la casa de Sylmar, en San Fernando California
En el año de 2003, fue elegida para asistir a Roma al Capítulo General de elecciones y regresó a la misma comunidad de Sylmar en donde permaneció hasta el día de su muerte siempre como superiora local de la comunidad.
La hermana Beatriz fue siempre un alma entregada y generosa, acomedida, puntual, organizada y muy fiel al carisma, espíritu y espiritualidad de la congregación. Siempre disponible a ejercer cualquier clase de servicio que se le pedía incluso olvidándose de que estaba ella más enferma que quien le pedía llevarle al médico. ¡Siempre podía contarse con ella! El apostolado y la salvación de las almas eran para ella un incentivo muy grande. Por las almas ella podía gastar y desgastar su tiempo, su salud y todo lo que fuera necesario. Yo recuerdo algunos de mis viajes misioneros a California y detalles de como me hacía regresar a México cargado de ropa y accesorios necesarios para mis hermanos Misioneros de Cristo. Nunca me dejó salir de la Casa de Sylmar con los brazos vacíos pensando en sus hermanos misioneros.
Ya al final de su vida, el 10 de septiembre de 2004, después de varios días de sufrimiento por unos intensos dolores que tenía en el intestino, fue internada en el hospital, donde fue sometida a una intervención quirúrgica para explorar, estudio que arrojó que tenía divertículos y una infección muy avanzada que ya no se pudo controlar. Como a las 6 de la tarde de ese mismo día parecía reaccionar un poco, pero casi llegando a la media noche expiró luego de haber recibido la unción de los enfermos. Allí, mismo, en el hospital las hermanas que la acompañaban rezaron por su eterno descanso.
La hermana Beatriz fue fiel hasta la muerte y entregó su vida al servicio de la Iglesia misionera en donde el Señor la fue destinando, hasta ser misionera del dolor callado y oculto, convencida del valor del sacrificio oculto y entregado con cariño al Señor.
Padre Alfredo.
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