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Toda conversión, hay que decirlo, la de Agustín de Hipona, la nuestra y cualquier otra, es una vuelta al amor auténtico. Y si hay algún escritor que ha calado en sus análisis en el fondo humano y por tanto, divino, del amor, es san Agustín, porque Agustín ha sido un enamorado del amor de Dios, y lo ha cantado, meditado, predicado en todos sus escritos, y sobre todo testimoniado en su ministerio pastoral. Este santo hace vibrar todas las cuerdas del amor, que es una lección que todo el mundo sabe: amar y ser amado es el único deseo común a todos los seres humanos, si bien cada uno tiene que recorrer su propio camino, construir propia historia de amor. La conversión de Agustín de Hipona es, por tanto, motivo de alegría y fiesta para todos y es lo que principalmente celebramos el día de su fiesta. Agustín es el hombre libre que públicamente es capaz de cambiar su forma de vida con la radicalidad que en ese momento siente que se le pide para poder encontrarse con el Señor, con el novio del que habla hoy el Evangelio en este hermoso relato de las vírgenes previsoras y las descuidadas (Mt 25,1-13) manteniendo la lámpara del amor encendida.
San Agustín nos invita, con su vida y con su obra, a ver a la Iglesia-esposa en las diez vírgenes, tanto las prudentes como las necias, pues la Iglesia, antes que las bodas se celebren, está compuesta de buenos y pecadores. En este sentido, comentará el santo, esta parábola tiene mucha semejanza con la red que recoge toda clase de peces, buenos y menos buenos (Mt 13,48), a la sala de banquetes donde se reúnen justos y pecadores (Mt 22,10), al campo donde crecen tanto la buena como la mala semilla (Mt 13,24-30). La Iglesia es, pues, semejante a un cortejo de hombres que caminan hacia el Señor; de ellos, unos tienen encendidas con un profundo amor al esposo las lámparas de su vigilancia, mientras que los restantes no se preocupan de alimentar su fe. Los primeros procuran vivir sin dispersar su atención en mil cosas fútiles, ya que han escogido a Cristo como centro de sus vidas y ponen los medios necesarios para permanecer fieles a él; los otros se contentan con una pertenencia al grupo de los creyentes puramente sociológica. La discriminación solo se hará al término del periplo de la Iglesia sobre la tierra, en el día de las nupcias de Cristo con la humanidad que permanezca fiel. Cómo no dar las gracias a Dios por la presencia de san Agustín en la Iglesia, por su testimonio de vida, por su maravillosa obra teológica. Que María Santísima nos ayude a agradecer el don que en los santos el Señor da a su Iglesia. ¡Bendecido viernes y me acojo a sus oraciones agradeciendo el don de la vida!
Padre Alfredo.
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