No tuve el regalo de conocer a la hermana Guadalupe Krauss, pero sí la dicha de escuchar hablar de ella y oír que murió en olor de santidad por su fecunda vida misionera en Japón.
Que importante es que las vidas ejemplares de los misioneros, como la de la hermana Guadalupe, no se queden en el olvido. Su testimonio de vida es siempre alentador para todas las generaciones.
La historia nos dice que la hermana Guadalupe Krauss Espinosa, nació en Ciudad de México el 6 de junio de 1915. Ingresó a la congregación de las Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento el 27 de junio de 1946. Sus primeros votos como religiosa los hizo el 6 de enero de 1948 y desde allí vino una epifanía muy especial para hacer a Cristo conocer y amar del mundo entero. Caracterizándose, desde sus inicios en el caminar misionero, por un profundo espíritu de oración y un ardiente celo apostólico.
Votos perpetuos el 24 de junio de 1951 y fue enviada a Japón el 29 de julio de 1954 en donde desarrolló un trabajo misionero maravilloso, trabajando siempre de una manera ejemplar y abnegada, haciendo todo, incluso las cosas pequeñas de cada día, por la salvación de las almas, especialmente en ese país a donde fue enviada y en el cual entregó su vida.
Fue un alma muy caritativa, no nada más con sus hermanas de comunidad, sino con todas las personas, siendo siempre servicial y generosa adaptándose a la cultura de Japón y llenando de esperanza muchos corazones.
La hermana sufría de alta presión, cosa que controlaba y que no le impedía ejercer su apostolado cada día, sin embargo el 14 de octubre de 1978, a causa de ello, le vino un derrame cerebral por lo que fue hospitalizada e intervenida quirúrgicamente con todos los cuidados necesarios, sin embargo, la voluntad de Dios era que la vida de la hermana Guadalupe terminara su recorrido en este mundo y murió el 4 de noviembre de ese 1978.
La hermana Guadalupe Krauss dejó la huella de Cristo por su paso en Japón. Descanse en paz y su ejemplo de entrega misionera siga animando a las hermanas Misioneras Clarisas más jovencitas y a todos los misioneros, a darse por entero para que todos conozcan y amen al Señor.
Padre Alfredo.
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