Hoy celebramos a uno de los Apóstoles de los que menos datos tenemos de su vida, incluso su verdadero nombre sigue siendo una incógnita. El Evangelio de hoy (Jn 1,45-51) lo llama «Natanael», mientras que una tradición antiquísima lo identifica con «Bartolomé», que es con el nombre que más le conocemos. De Bartolomé no tenemos noticias relevantes; sólo sabemos que su nombre aparece siempre y solamente dentro de las listas de los Doce citadas anteriormente y, por tanto, no se encuentra jamás en el centro de ninguna narración con tal nombre, sino en este trozo evangélico con el nombre de Natanael: un nombre que significa «Dios ha dado». Este Natanael provenía de Caná (cf. Jn 21,2) y, por consiguiente, es posible que haya sido testigo del gran «signo» realizado por Jesús en aquel lugar (cf. Jn 2, 1-11). La identificación de los dos personajes probablemente se deba al hecho de que este Natanael, en la escena de vocación narrada por el evangelio de hoy, está situado al lado de Felipe, es decir, en el lugar que tiene Bartolomé en las listas de los Apóstoles referidas por los otros evangelistas.
Vamos a la escena que el evangelista nos refiere y detengámonos en el momento en que Jesús ve a Natanael acercarse y exclama: «Este es un verdadero israelita en el que no hay doblez» (Jn 1, 47). Se trata de un elogio que recuerda el texto de uno de los salmos: «Dichoso el hombre… en cuyo espíritu no hay fraude» (Sal 32,2), pero que suscita la curiosidad de Natanael, que replica asombrado: «¿De dónde me conoces?» (Jn 1,48). La respuesta del Maestro no es inmediatamente comprensible. Le dice: «Antes de que Felipe te llamara, te vi cuando estabas debajo de la higuera» (Jn 1, 48). No sabemos qué había sucedido bajo esa higuera. Es evidente que se trata de un momento decisivo en la vida de Natanael. Él se siente tocado en el corazón por estas palabras de Jesús que se le ha hecho encontradizo en el camino. Natanael se siente comprendido y llega a la conclusión: este hombre sabe todo sobre mí, sabe y conoce el camino de la vida, de este hombre puedo fiarme realmente. Y así responde con una confesión de fe límpida y hermosa, diciendo: «Maestro, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el rey de Israel» (Jn 1,49).
Desde entonces, con toda seguridad, Bartolomé —Natanael— fue un discípulo incondicional de Cristo Jesús. Con los otros once apóstoles presenció los admirables milagros de Jesús, oyó sus sublimes enseñanzas y recibió el Espíritu Santo en forma de lenguas de fuego. Un libro muy antiguo, y muy venerado, llamado el Martirologio Romano, resume la vida posterior del santo de hoy con pocas palabras: «San Bartolomé predicó el evangelio en la India. Después pasó a Armenia y allí convirtió a muchas gentes. Los enemigos de nuestra religión lo martirizaron quitándole la piel, y después le cortaron la cabeza». Para San Bartolomé, como para nosotros, la santidad no se basa en hacer milagros, ni en deslumbrar a otros con hazañas extraordinarias, sino en dedicar la vida a amar a Dios, a hacer conocer y amar mas a Jesucristo que nos ha llamado a estar con él, y a propagar su santa religión, y en tener una constante caridad con los demás y tratar de hacer a todos el mayor bien posible. Que María Santísima nos ayude, ella que acompañó a los primeros discípulos del Señor, a responder al llamado. ¡Bendecido lunes!
Padre Alfredo.
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