domingo, 9 de agosto de 2020

«El miedo y demás emociones»... Un pequeño pensamiento para hoy


El miedo forma parte de nuestra existencia... a nivel íntimo, personal, familiar, profesional, económico, político, de salud... Y, muy claramente, este tiempo que nos toca vivir en medio de una pandemia como nunca antes la habíamos vivido, está marcado profundamente por incertidumbres y riesgos concretos. Esta pandemia en todas las latitudes nos coloca nada más y nada menos que ante la vida y la muerte; ante lo importante y lo transcendente y, ante una situación como esta, tenemos que optar por vivir en las condiciones que nos permitan seguir vivos y dando vida, que eviten el contagio del virus y por supuesto la muerte. Fundamental para nosotros es vivir felices y sin miedo para hacer felices a los demás. Y la realidad es que, humanamente hablando, la fe no nos ahorra nada, no nos libera de ninguna incertidumbre ante la Covid-19, ni de ninguna inseguridad, ni de ningún riesgo que se pueda correr. Nosotros, discípulos–misioneros de Cristo, nos hallamos a la intemperie, al raso, igual que todo el mundo. A merced de lo que pueda suceder, trabajando las emociones que acompañan este ambiente de coronavirus tales como el miedo, la angustia, el aburrimiento, la frustración, la soledad, la incertidumbre, el desasosiego y la desesperanza. Nos toca aprender a proceder de tal forma que todas estas emociones estén presentes pero que al mismo tiempo consigamos que no se copen y apropien la escena de nuestro diario vivir, nos paralicen y nos hundan.

El Evangelio de hoy (Mt 14,22-33) nos habla de una situación en la que los Apóstoles sienten el miedo. La barca va luchando contra vientos contrarios que aún al más experto navegante de entre ellos le inquieta y encima de todo, de repente creen ver «un fantasma». Ellos, como la gente sencilla de sus tiempos —y de todos los tiempos— creían en los fantasmas y sabían que éstos preferían las horas nocturnas para aparecer. Por eso se espantaron y daban gritos de terror, dice el evangelista. Pero aquel no era un fantasma, era Jesús, que en medio de aquella contrariedad, les dice: «Tranquilícense y no teman. Soy yo». La duda parece ser un integrante continuo y siempre presente en los que quieren vivir la fe día tras día. Pedro se deja llevar por el entusiasmo, un tanto presuntuoso y lo confunde con la fe. Quiere ir a caminar por el agua como lo hace Jesús y por eso no se da cuenta de que su salvación la debe más a un gesto del Señor que a su propia valentía, como lo hace observar el mismo Jesús, que no libera a Pedro de sus dudas, pero le ayuda para que no se hunda en ellas sin remedio.

Hoy recordamos a santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein), virgen de la Orden de las Carmelitas Descalzas y mártir; la cual, nacida y educada en la religión judía, después de haber enseñado filosofía, disipó sus dudas de fe y recibió por el bautismo la nueva vida en Cristo desarrollándola bajo el velo de religiosa, hasta que, en tiempo de un régimen hostil a la dignidad del hombre y de la fe, fue desterrada y encarcelada, muriendo en la cámara de gas. El 2 de agosto de 1942 llega la Gestapo. Edith Stein se encuentra en la capilla con las otras Hermanas. En cinco minutos debe presentarse, junto con su hermana Rosa, que se había bautizado también y prestaba servicio en las Carmelitas de Echt. Las últimas palabras de Edith Stein que se oyen en Echt, expresan su valentía ante el miedo natural y están dirigidas a Rosa: «Ven, vamos a sacrificarnos por nuestro pueblo». Junto con otros muchos otros judíos convertidos al cristianismo, las dos mujeres son llevadas al campo de concentración de Westerbork. Se trataba de una venganza contra el comunicado de protesta de los obispos católicos de los Países Bajos por las deportaciones de los judíos. Al amanecer del 7 de agosto sale una expedición de 987 judíos hacia Auschwitz. El 9 de agosto Sor Teresa Benedicta de la Cruz, junto con su hermana Rosa y muchos otros de su pueblo, murió en las cámaras de gas. Su fe la sostuvo, y con su fe puso sostener a Rosa su hermana y a otras almas más. Pidamos a esta santa y a la Virgen María, la siempre llena de fe, que venciendo nuestros miedos nos entreguemos a vivir con plenitud la voluntad de Dios que ha de llevarnos a la vida eterna. ¡Bendecido domingo!

Padre Alfredo.

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