Ayer el Evangelio nos presentaba la escena de la multiplicación de los panes y el Evangelio de hoy (Mt 14,22-36) empieza diciendo que inmediatamente después de aquel hecho milagroso, Jesús les pide a sus apóstoles que se embarquen y se alejen de allí. Él les dijo que no se preocuparan más y que él, el mismo Jesús, despediría a la gente. De esta manera, los discípulos —entre ellos seguramente los Apóstoles— se alejan de aquel momento en el que el pueblo, como nos narra otro de los evangelistas, querían coronar a Cristo como Rey por el solo hecho de haber comido, pues en realidad no lo conocían muy bien. El Señor quiere alejar a los suyos del escenario de la señal mesiánica y del contacto con la multitud. Él se encargará de despedirla aplacando los ánimos por haber saciado su hambre (cf. v. 15). Enseguida Jesús sube al monte solo (cf. v. 23) a orar. Hay que notar que ésta es la primera vez que Mateo habla de la oración de Jesús —la segunda y última será la de Getsemaní, 26,36ss—. El hecho de obligar a los discípulos a embarcarse, separándolos de la multitud, insinúa que Jesús ora por ellos, para que no cedan a la tentación de un Mesías de poder quedándose sólo con hechos milagrosos y externos. Mientras Jesús ora, envía a sus discípulos «a la otra orilla», adonde ya habían ido con él (cf. Mt 8,28), es decir, a un lugar de paganos. Es que la misión debe hacerse repartiendo el pan con todos los pueblos. Como acaban de hacer en país judío, deberán hacerlo en todas las naciones. El final del Evangelio, después de la resurrección del Señor lo confirmará. Por ahora deben ser misioneros con lo poco que tienen. Bien decía el Papa san Juan Pablo II: «La fe se fortalece dándola».
Los discípulos obedecen, pero hay un viento contrario que les impide llevar a cabo con facilidad el encargo de Jesús. Esto de alguna manera representa la resistencia de los discípulos a alejarse del lugar donde está la esperanza de un triunfo, de que Jesús se convierta en el líder de la multitud. Consideran lo sucedido en el reparto de los panes como una acción extraordinaria exclusiva de Jesús, no como el efecto de la entrega personal, norma de vida para el discípulo–misionero. Cuando Jesús llega a ellos, en la madrugada, Pedro lo llama «Señor» y le pide que «le mande» ir a él: cree en el poder «milagroso» de Jesús, pero quizá no en la fuerza del amor. Pedro quiere «andar sobre el agua», participar de la condición divina de Jesús. Éste no duda y lo invita; todo el que lo sigue está llamado a acceder a la condición de hijo de Dios, comportándose como lo hace el Padre (cf. 5,9). Sin embargo, Pedro «ve» el viento, es decir, su efecto sobre el agua, y siente miedo; esperaba la condición divina sin obstáculos, de manera milagrosa; ha olvidado que el hombre se hace hijo de Dios en medio de la oposición y persecución del mundo (cf. Mt 5,10s). Su petición a Jesús (cf. Sal 18, 5-18; 144,5-7) le vale un reproche, pues muestra su falta de fe. Jesús arregla el asunto y sube a la barca haciendo que cese el viento, es decir, la oposición y resistencia de los discípulos. El viento era la búsqueda del triunfo humano. «Los de la barca», que representan a la comunidad cristiana, reconocen que Jesús es «Hijo de Dios» como ellos pueden llegar a serlo.
¡Qué denso el Evangelio de hoy y que difícil me resulta resumir alguna enseñanza sin haberme extendido mucho! Y claro, mucho más quisiera decir, pero el espacio se acaba y aún no he dicho nada de alguno de los santos y beatos que celebramos el día de hoy. Hasta aquí dejo la reflexión del Evangelio y me voy un poco a la vida del beato Francisco Bandrés Sánchez, un sacerdote salesiano y mártir, que en la persecución contra la fe, en España, confirmó con su sangre su fidelidad al Señor en el año de 1936. Hombre de acción y de gobierno, cuando estalló la revuelta, procuró mantener la serenidad, pero junto con los demás religiosos del colegio en el que él era director, fue expulsado. El superior le dio a cada uno cien pesetas y les dijo que cada uno buscara refugio donde mejor pudiera. No cabía hacer otra cosa. Él se fue junto con otro religioso a la casa de su hermana Pilar, que los acogió. Cuando supo la muerte de algunos religiosos quiso tomar el tren para dirigirse al extranjero, pero al carecer de pasaporte no le fue posible. En la noche del 3 de agosto varios milicianos se presentaron en casa de su hermana preguntando por don Ramón Cambó, que era el administrador del colegio. D. Francisco Bandrés dijo que no estaba pero que él era el director. Entonces fue arrestado sin que sirvieran sus alegatos de que su colegio hacía un gran bien social. Llevado al Hotel Colón, que era la sede del POUM (Partido Obrero Unificado Marxista), le fue quitada la vida en los calabozos. Los santos, los beatos, no buscan el triunfalismo mesiánico, sino que Cristo sea conocido y amado viviendo con él de corazón a corazón. Que este beato y María Santísima nos ayuden a entregarnos de lleno al Señor y que nuestra fe no vacile. ¡Bendecido lunes!
Padre Alfredo.
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