martes, 14 de enero de 2020

«Enseñaba con autoridad»... Un pequeño pensamiento para hoy


Hoy recurro, para mi reflexión, a un cuento que empiezo a relatar inmediatamente: Había una vez un poderoso rey que tenía tres hijos. Dudando sobre quién debía sucederlo en el trono, envió a cada uno de ellos a gobernar un territorio durante cinco años, al término de los cuales deberían volver junto a su padre para mostrarle sus logros. Así marcharon los tres, cada uno a su lugar, pero al llegar descubrieron decepcionados que tan sólo se trataba de pequeñas villas con un puñado de aldeanos, en las que ni siquiera había un castillo. El primero se dijo: Seguro que a mis hermanos se les ha dado algo mejor, pero demostraré a mi padre que puedo ser un gran rey. Y juntando a los pocos habitantes de su villa, les enseñó las artes de la guerra para conquistar las villas vecinas. Así, su pequeño reino creció en fuerza y poder. Orgulloso, el joven príncipe reunió a aquellos primeros aldeanos, y viajó junto a su padre. El segundo pensó: Seguro que a mis hermanos se les tocó algo mejor; pero puedo probar que sí puedo ser un gran rey. Y tras un duro trabajo, un magnífico palacio presidía la pequeña aldea. Satisfecho, el joven príncipe viajó junto a su padre en compañía de sus fieles aldeanos. Seguro que a mis hermanos se les dio mi padre un lugar mejor, así que la gente de esta aldea debe de ser importante para mi padre. Y resolvió cuidar de ellos y preocuparse por que nada les faltara. Durante su reinado, la aldea no cambió mucho; era un lugar humilde y alegre, con pequeñas mejoras necesarias aquí y allá, pero sus aldeanos parecían muy satisfechos por la labor del príncipe, y lo acompañaron gustosos junto al rey. 

Cuando los tres hermanos llegaron ante su padre y cada uno quiso contar las hazañas que debían hacerle merecedor del trono, el rey no los dejó hablar. En su lugar, pidió a los aldeanos que contaran cómo habían sido sus vidas. Los súbditos del primero mostraron las cicatrices ganadas en sus batallas. Los súbditos del segundo contaron cómo, bajo el liderazgo del príncipe, habían construido tan magnífico palacio. Finalmente, los súbditos del tercero, medio avergonzados, contaron lo felices que habían sido junto a aquel rey humilde y práctico, que había mejorado sus vidas en tantas pequeñas cosas. Como probablemente no era el gran rey que todos esperaban, y ellos le tenían gran afecto, pidieron al rey que al menos siguiera gobernando su villa. Acabadas las narraciones, todos se preguntaban lo mismo que el rey ¿Cuál de los príncipes estaría mejor preparado para ejercer tanto poder? Indeciso, y antes de tomar una decisión, el rey llamó uno por uno a todos sus súbditos y les hizo una sola pregunta: Si hubieras tenido que vivir estos cinco años en una de esas tres villas, ¿cuál hubieras elegido? Todos, absolutamente todos, prefirieron la vida tranquila y feliz de la tercera villa, por muy impresionados que estuvieran por las hazañas de los dos hermanos mayores. Y así, el tercero de los príncipes fue coronado aquel día como el más grande de los reyes, pues la grandeza de los gobernantes se mide por el afecto y la búsqueda del bien y la verdad para sus pueblos, y no por las guerras, el tamaño de sus castillos y sus riquezas. El reino así, fue un reino de justicia y de paz, de amor y de ayuda mutua. 

Me quedo con este cuento porque el Evangelio hoy habla de la «autoridad» con la que hablaba Jesús (Mc 1, 21-28 y esa autoridad es de este estilo. El Señor no vino a traer mejoras materiales ni a hacerse un castillo para el solo. Vino a establecer un Reino en el que todos tenemos un lugar especial. Entre los santos que se celebran el día de hoy está san Eufrasio, un santo, del que san Gregorio de Tours alababa la hospitalidad por su sencilla manera de ejercer la autoridad acogiendo a todos. Murió mártir en España, pues era obispo en la provincia de Jaén (España). Con su autoridad al estilo de la de Cristo, siempre cercano a la gente. La historia dice que fue discípulo del Apóstol Santiago y que fue consagrado obispo por san Pedro en Roma el año 44, regresando a España al siguiente, siendo destinado a Iliturgi (Mengíbar-Jaén), donde predicó hasta el año 57 en que sufrió martirio. Ejercer la autoridad a la manera de Cristo no es muy fácil y menos atrayente para muchos que buscan el poder y no entienden la clase de Reino que quiere establecer Jesús entre nosotros hasta llegar a la vida eterna. Pidamos a María Reina, la Madre de Dios y Madre nuestra, que, a quienes tienen o tenemos autoridad, nos ayude a ejercerla así, como su Hijo Jesús. ¡Bendecido martes! 

Padre Alfredo.

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