La lista de santos que la Iglesia celebra el día de hoy es inmensa: San Alfredo (Elredo) de Rieval, San Antonio María Pucci, San Arcadio de Mauritania, San Benito Biscop, San Bernardo de Corleone, Santa Cesárea, San Eutropio, San Ferreol, Santa Margarita Bourgeoy, San Martín de León, San Nazario, Santa Tania o Tatiana, San Tigrio, San Victoriano. Los beatos Antonio Fournier, Nicolás Bunkerd Kitbamrung y Pedro Francisco Jamet. Pero todos ellos, cortésmente, seden el lugar al Señor Jesús, el Santo de los santos en el día en que celebramos la solemnidad del Bautismo del Señor. No hay duda de que en la vida de Jesús de Nazaret el hecho de su bautismo por Juan en el Jordán significó un momento muy importante. Es el momento imprescindible del paso de su vida como un judío normal a su manifestación como el «Enviado del Padre». De la vida de Jesús antes de este momento, casi no sabemos nada. El Jesús que se manifiesta y se da a conocer como Palabra de Dios y que actúa movido por el Espíritu de Dios es el que comienza a actuar y a hablar desde el momento de su bautismo. Cuando todo el pueblo se hacía bautizar por Juan, también Jesús acude a hacerse bautizar.
El justo se mezcla con los pecadores y se sumerge con ellos en las aguas del Jordán. Vino a hacerse solidario de los hombres en todo, no en el pecado, pero sí en las consecuencias del pecado: la muerte. Con el mismo impulso de amor a los hombres con que por la encarnación había entrado en nuestra historia, baja ahora al Jordán, confundido con aquella multitud que se confiesa pecadora ante Juan el Bautista. Si el Evangelio da tanta importancia a este hecho (Mt 3,13-17; Mc 1,9-11; Lc 3,21-22; Jn 1,29-34), si nosotros lo celebramos en este domingo inmediatamente después de la Epifanía no es sólo por su importancia en la vida histórica de Jesús, sino porque desde la predicación de los Apóstoles, desde los evangelios que recogieron por escrito esta predicación, desde la más antigua liturgia de la Iglesia se ha visto este momento como el momento inicialmente clave de la manifestación no sólo de Jesús, sino también de Dios como Padre, Hijo y Espíritu Santo. De aquella manifestación de la Trinidad que realizará plenamente la Pascua. Pero aquel bautismo de agua del Señor sólo podrá convertirse en bautismo en el Espíritu por medio del bautismo en la sangre. A él se refería el mismo Cristo cuando anunciaba su Pasión a los discípulos: «Tengo que pasar por un bautismo, ¡y que angustia hasta que se cumpla!» (Lc 12,50).
Hoy, aunque no celebramos nuestro bautismo, podemos recordar que también nuestro bautismo, como sacramento, es Pascua, puesto que nos ha sumergido en la muerte de Cristo; porque nos hace desear ardientemente la Pascua de Cristo en su memorial eucarístico; y, aún, porque nos empuja poderosamente hacia otra Pascua, la de la vida concreta, la del tiempo ordinario en la que debemos pasar continuamente de la muerte a la vida, de las tinieblas a la luz, del egoísmo al amor, del pecado a la gracia. Por eso los bautizados, los discípulos–misioneros, sentimos, no se diga la obligación, sino la necesidad de reunirnos el domingo, día memorial de la Pascua del Señor, para celebrar la Eucaristía y de buscar un estilo de vida que nos vaya llevando a la santidad. ¿Sabemos el día de nuestro bautismo? ¿Lo celebramos? Vale la pena buscar la fecha si no se recuerda y prepararse así a celebrarlo en la Pascua con el Señor. Hoy cerramos el ciclo de la Navidad y abrimos el tiempo ordinario, que María Santísima nos ayude a vivirlo intensamente para avanzar hacia la Cuaresma y llegar al gozo de la Pascua. ¡Bendecido domingo del Bautismo del Señor!
Padre Alfredo.
P.D. Hoy, día de san Alfredo, mi padre cumple 6 meses de haber sido llamado a la Casa del Padre. Lo encomiendo a sus oraciones.
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