Ayer me cuatrapeé, como suele suceder a los que somos distraídos de nacimiento y puse en la fecha «2019»... ¡Gracias a quienes de inmediato me lo hicieron saber y pude corregirlo en Facebook —en el blog no se necesita, pone en automático la fecha correcta—! Eso me hizo pensar en que casi todos decimos «yo no batallo con los cambios y me adapto rápidamente». Tal vez a los cambios que tenemos que hacer conscientemente sí, pero los distraídos le batallamos un poquito porque lo que tenemos mecanizado en el cerebro nos quiere ganar. ¿No les ha pasado que cuando van a algún lado manejando, de repente se dan cuenta que no van a ese lugar sino al de costumbre?... ¡A mí sí! Tal vez al leer el evangelio de hoy (Mc 6, 45-52) nos preguntemos :«¿Pero cómo es que los apóstoles no van a reconocer a Jesús que camina sobre el agua si lo conocían bien?» Y es que ellos conocían a Jesús, pero nunca caminando sobre el agua... aquello se salía del esquema mental y era algo extraordinario, algo nuevo.
El Evangelio nos dice que Jesús pasó muy visiblemente por donde ellos se encontraban. Pero los discípulos, distraídos como yo y además con el temor de ver a alguien que se acercaba caminando sobre el agua, temiendo que fuera un fantasma, se pusieron a gritar antes de ver bien, porque, como dice el evangelio, «tenían su mente embotada». Pero Jesús les dijo: «¡Animo! Soy yo; no teman». Y al subirse con ellos al bote se apaciguó el viento y la barca corrió hacia la orilla. Cuando tenemos la mente embotada, por diversas situaciones que nos distraen, el viento nos es contrario; tropezamos con la tempestad de la agitación del mundo exterior, de nuestro propio destino. Aplicamos el timón de la voluntad, ora probando con maña, ora con ímpetu; usamos los remos de un trabajo lleno de celo; desplegamos las velas del anhelo... ¡Pero no conseguimos avanzar y Jesús parece dormido y no nos ayuda! Sin embargo, Cristo se nos aparece. Y nosotros, enfrascados en las distracciones incluso cuando lo tenemos presente a Él, que puede infinitamente más que nosotros y que todos nuestros esfuerzos, seguimos ciegos y sin atinar... ¡Cuánto tenemos que trabajar para vencer nuestras distracciones!
El beato Eduardo Waterson —uno de los santos y beatos que hoy se celebran—, nació en Londres, y fue martirizado en Newcastle-on-Tyne, el 8 de enero de 1594. Siendo joven, y anglicano de nacimiento, viajó a Turquía con algunos comerciantes ingleses, y atrajo la atención de un rico turco, que le ofreció a su hija en matrimonio si abrazaba el islamismo. Rechazó la oferta con horror, regresó a Occidente a través de Italia, y al llegar a Roma abrazó la fe Católica. Luego en Reims estudió arduamente para ordenarse sacerdote el 11 de marzo de 1592. El 24 de junio regresó a Inglaterra, con tanto celo por las misiones que declaró a sus compañeros que si él pudiera tener el reino de Francia a cambio de permanecer allí hasta el verano siguiente, optaría por ir a Inglaterra... ¡Es decir que nada lo distraía de su ideal! Aunque él no lo sabía, su humildad, su espíritu de penitencia, y otras virtudes le llevaron a ser visto como un modelo. Fue apresado a mediados del verano de 1593 y cruelmente tratado en la cárcel hasta su ejecución. En su martirio ocurrieron incidentes de carácter milagroso: Los caballos no fueron capaces de arrastrar el trineo con el reo hasta el cadalso y la escalera fue misteriosamente agitada, hasta que el mártir la signó con la cruz. Luego de su ahorcamiento —que fue realizado por otro preso— fue, según lo habitual, descuartizado y sus partes esparcidas por la ciudad. Fue beatificado en 1929 por SS Pío XI. El beato Eduardo no se distrajo del camino que Dios quería que siguiera, ojalá en eso tampoco nosotros nos distraigamos y seamos fieles a la voluntad de Dios como María, como los santos, como los beatos. ¡Bendecido miércoles 8 de enero —del 2020 jiji—!
Padre Alfredo.
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