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Hoy quiero compartir en estas líneas, y gracias a la valiosa ayuda de mis hermanas Misioneras Clarisas que han hecho las remembranzas de cada hermana que ha fallecido, y a la colaboración imprescindible de la Hna. Conchita Casas, algo de la vida de esta extraordinaria mujer y misionera consagrada.
Esthela Calderón Alvarado nació el 4 de octubre de 1933 en Guadalajara, Jalisco, México. Sus padres fueron los señores José Calderón Pérez y María de Jesús Alvarado —a quien también tuve la dicha de conocer y tratar algunas veces—.
Siendo ya una joven decidida por donar su vida a Cristo, ingresó a la congregación de las Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento el 1 de septiembre de 1956 en la Casa Madre que está en Cuernavaca, Morelos, México. Ese mismo día inició su etapa inicial de formación con el postulantado y el 4 de agosto, de 1957, inició sus dos años de noviciado.
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Su profesión religiosa la hizo el 5 de julio de 1959 recibiendo sus votos de castidad, pobreza y obediencia, la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento como fundadora y superiora general.
Sus primeras andanzas misioneras se dieron en el campo educacional, despeñando una muy fructífera labor durante el tiempo en el que, en Heredia, Costa Rica, colaboró como docente en el Colegio Santa María de Guadalupe, del que después fue directora. Fue precisamente en esta hermosa nación de América Central, llamada «La Suiza Centroamericana» donde, el 12 de agosto de 1964, la hermana Esthela hizo sus votos perpetuos en la parroquia de Santo Domingo de Heredia.
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Al concluir su servicio como superiora de la región de México, fue destinada a la misión de «La Florecilla», en Chiapas, México, en donde destacó por su trato especial a nuestros hermanos de las etnias Tzotzil y Tzeltal de los lugares montañosos de este estado del sur de México.
Nuevamente enviada a Costa Rica en el año de 1997, desempeñó allá el cargo de superiora regional, reviviendo relaciones con muchos de los alumnos que ahora eran ya hombres y mujeres hechos y derechos agradecidos con lo que de ella habían recibido. Después de algunos años, terminado ese periodo, volvió a la Patria.
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Vuelvo ahora a donde empecé este relato, recordando aquella llamada telefónica en donde me expresaba con su característica voz —que me hacía imaginar su rostro radiante de fe y misericordia con la mirada serena que siempre la caracterizó—, que estaba muy contenta entre las hermanas que la trataban con mucha caridad. Estuvimos recordando muchos momentos que nos tocó compartir en viajes y sobre todo en despedida de tantos misioneros de la Familia Inesiana que partían a la misión Ad Gentes o a estudiar al extranjero y a nosotros nos tocaba bendecir su partida. Me dijo que ofrecía todos sus dolores por la perseverancia y fidelidad de toda la familia misionera, especialmente por nosotros los Misioneros de Cristo
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Seguro la Santísima Virgen de Guadalupe, a quien tanto amó en vida, la recibió gozosa para presentarla al esposo de su alma a la entrada de la Patria Celestial. Descanse en paz la hermana Esthela Calderón Alvarado.
Padre Alfredo.
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