El silencio es a menudo el «lugar» en el que Dios nos espera para que logremos escucharle a Él, en vez de escuchar el ruido que nos rodea y el ruido de nuestra propia voz. La Sagrada Escritura nos muestra un ejemplo clarísimo de esto en el primer libro de los Reyes: El profeta Elías (cfr. 1 R 19,9-18), huyendo de la persecución de Jezabel, emprende su camino hacia el monte santo, impulsado por Dios. Escondido en una cueva, el profeta ve los mismos signos de la teofanía que se habían dado en el libro del Éxodo: el terremoto, el huracán, el fuego. Pero Dios no estaba allí. Después del fuego, dice el escritor sagrado, hubo «un ruido como el de una brisa suave». Elías se cubrió el rostro con el manto y salió al encuentro de Dios. Y fue entonces cuando Dios le habló . El texto en hebreo dice literalmente que Elías oyó «el ruido o la voz de un silencio (demama) suave».
San Ignacio de Antioquía que «quien ha comprendido las palabras del Señor, comprende su silencio, porque al Señor se le conoce en su silencio» (Carta a los efesios, XV, 2 Sources chrétiennes 10, p. 84-85). Santa Faustina Kowalska, muchos años después anota en su diario que «el alma silenciosa es fuerte; ninguna contrariedad le hará daño si persevera en el silencio. El alma silenciosa es capaz de la más profunda unión con Dios; vive casi siempre bajo la inspiración del Espíritu Santo. En el alma silenciosa Dios obra sin obstáculos» (Diario 477).
Hoy quiero compartirles la vida de una misionera del silencio, un alma de esas que no hacen mucho ruido y que en todas las veces que la ví me dejó esa hermosa sensación de paz que deja una persona consagrada a Dios con la convicción de ser misionera y que vive en el silencio. Se trata de la hermana Alicia González Tescucano, cuyo rostro sereno me parece volver a ver ahora que escribo estas cuantas lineas sobre su vida.
Alicia nació en la Ciudad de México el 18 de mayo de mil novecientos veintinueve. Sus padres fueron Abraham González García y Concepción Tescucano Magaña.
La hermana Alicia ingresó ea la congregación de las Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento el 8 de enero de 1952 y formó parte, en sus primeros años, de la comunidad de la Casa Madre, en donde fue recibida por la beata María Inés Teresa Arias, quien viendo sus dotes y cualidades, la supo dirigir para que, desde postulante compartiera sus conocimientos de corte y confección dando clases de costura y archivonomía en el Instituto Femenino de Cuernavaca.
Allí mismo inició su noviciado el 12 de diciembre de ese mismo año y continuó dando clases de corte y confección pero ahora en la Escuela Dominical y poco después participó en misiones en el pueblo de Zapata. Casi toda su vida como misionera, esta hermana caracterizada por su silencio y su sonrisa discreta, desarrolló su actividad apostólica principalmente en el campo de la educación y la pastoral parroquial y catequética.
Llevando el gozo de la vocación en su corazón, la joven novicia emitió su profesión temporal el 6 de febrero de 1955. A partir de ese año impartió clases como maestra de primaria y directora en la escuela primaria Lux, perteneciente a la Universidad Femenina de Puebla que las Misioneras Clarisas tenían en esa ciudad. Hizo sus votos perpetuos el 6 de febrero de 1960 y continuó en esa misma comunidad de Puebla hasta el año de 1962.
De 1963 a 1966 formó parte de la comunidad que las hermanas tenían en la Ciudad de México conocida como Talara, por llamarse así la calle en donde se encontraba. Allí trabajó con mucho empeño como subdirectora de la Escuela Cristóbal Colón de los Hermanos de las Escuelas Cristianas (Lasallistas), en las secciones de pre-primaria y primaria menor (1º, 2º y 3er. año). Durante un año, en 1967, formó parte de la comunidad de la Casa de Grevilias, en Cuernavaca, que en ese tiempo era la Casa General de las Misioneras Clarisas, dedicándose, por su destacada tarea en la costura, a la elaboración de hábitos y otros encargos relacionados con el ramo, lo cual le daba la oportunidad de deleitarse en el silencio acompañada de la máquina de coser. En 1968 regresó a la Casa de Talara, para prestar su servicio como superiora local.
Al terminar esta ardua tarea que le fue asignada en tiempos difíciles para la comunidad, se le concedió un permiso que solicitó para estar un tiempo con su familia de sangre y en 1971 se reincorporó a la vida misionera en su calidad de religiosa y fue enviada a la Región de Costa Rica, en donde permaneció desde 1971 hasta 1990. Durante ese tiempo de misión en la Suiza Centroamericana, impartió, de 1971 a 1973, la clase de educación en la fe en la Escuela Bananera de U.S.A.; formó luego parte de la comunidad de Santo Domingo de Heredia impartiendo clases de Religión en el Colegio Santa María de Guadalupe, colaborando, además, como coordinadora de los estudios sociales del mismo.
De 1978 a 1982 vivió en la Casa de Quepos y de ahí se trasladaba a Parrita, para impartir clases de educación de la fe en el Instituto Técnico Profesional. Al año siguiente formó parte de la casa misión de Ciudad Nelly, realizando el mismo apostolado que en las anteriores, pero ahora en un Liceo del gobierno. La hermana Alicia supo combinar toda esta tarea con su participación en diversas misiones populares que se hacían en lugares alejados, colaborando también a dar Catequesis y a formar laicos en la liturgia de los sacramentos de la Iglesia Católica.
El año de 1984 lo vivió en la Casa Regional de Moravia, desempeñando trabajos de la vida de casa que a un alma silenciosa como la de ella, le venían muy bien para trasladarse, en espíritu, a la casita de Nazareth y acompañar allí a María en las pequeñas tareas de cada día y sin hacer a un lado la máquina de coser. Al año siguiente fue enviada a la comunidad de La Rita, Guápiles, en la Provincia de Limón. Trabajó allí en la Pastoral de Conjunto y permaneció hasta 1990, volviendo a la Casa Regional en Moravia para impartir clases de formación religiosa a las novicias.
En agosto de 1990 fue trasladada a México para visitar a su madre enferma y formó parte de la comunidad de la Casa Madre. En 1991 vivió en la Casa de la Villa en México, D. F. al frente de esa comunidad de donde partió a atender a su madre enferma hasta que Nuestro Señor la llamó a su presencia en 1993.
A partir de ese año y hasta 1997, Alicia permaneció en la comunidad de la Casa de Monterrey y tuvo a su cargo la sub-dirección de Secundaria del Colegio Isabel La Católica, de donde fue trasladada a la Casa de Mazatán, Chiapas en 1998 para dedicarse a trabajar en la Pastoral de Evangelización y Catequesis.
Desde 1999 y hasta marzo del 2000, estuvo en la Casa de Huatabampo Sonora y trabajó en el Colegio como titular del ler. grado de Secundaria, desempeñando además otros cargos en el Colegio. De ahí fue trasladada a la Casa Madre ya que por su delicado estado de salud, requería atención médica constante.
La vida de la hermana Alicia fue así, en una movilidad constante como religiosa misionera muy amante de su vida de consagración, cuidadosa en los actos litúrgicos y de piedad, poniendo todo su empeño en realizar sus encomiendas con sentido de responsabilidad y proyección misionera.
Con la gracia de Dios, en la última etapa de su vida, supo enfrentar sus enfermedades con gran entereza y generosidad, especialmente la cirrosis hepática que padeció por ocho años y las complicaciones con otras enfermedades que se fueron sumando. Una fractura de cadera, que requirió operación, la dejó muy deteriorada y poco a poco su salud se fue minando. El día que Dios dispuso para llamarla a dejar este mundo, recibió la llamada de la superiora general, la madre martha Gabriela Hernández quien la alentó maternalmente, la bendijo y la encaminó en ese último paso en la tierra. Rodeada por sus hermanas de comunidad, entregó su alma a Dios con serenidad y paz, asistida por los sacramentos y ayudada por los auxilios espirituales y oraciones de las Hermanas.
Descanse en paz nuestra querida Hermana Alicia González Tecuscano.
Padre Alfredo.
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