Bien sabemos, y no solamente por el pasaje del Evangelio de hoy (Mc 3,7-12), que Jesús rehúsa el triunfalismo y la popularidad que tan ambiguos son. El Evangelio de hoy nos revela que hasta los demonios saben quién es Jesús, y le gritan. Pero el Señor sabe que el desaforado entusiasmo popular, lejos de manifestar lo esencial de su persona, se arriesga a que todo fracase, poniendo el acento sobre aspectos secundarios que son llamativos. El Reino de Dios no es una empresa que nazca del sensacionalismo ni mucho menos se quede instalado en él, nos una empresa ordinaria. Debe nacer en el silencio del corazón que se sabe agradecido porque el Señor sana y va progresando lentamente; discretamente, en lo secreto de los corazones que lo han sabido acoger. La Fe no es griterío ni alborozo, la fe no es batahola pasajera. Sino un modesto descubrimiento interior que se purifica poco a poco. Sí, el Reino de Dios va creciendo modestamente dentro del corazón de quienes se saben amados y llamados por Cristo.
Este es el caso de san Ildefonso, uno de los santos que el día de hoy celebramos. Este hombre, que llegó a ser arzobispo de Toledo y ahora patrono de esa ciudad española; desde muy jovencito, a pesar de la decidida oposición de su padre, abrazó la vida monástica en el monasterio de Agli, cerca de Toledo. Mientras era todavía un simple monje, lleno del amor de Dios, fundó y dotó un monasterio de monjas y posteriormente fue ordenado diácono (cerca de 630) por Heladio, que había sido su abad y fue elegido después arzobispo de Toledo. Ildefonso mismo se convirtió en abad de Agli, y en esta capacidad fue uno de los firmantes, en 653 y 655, en la Octavo y Noveno Concilios de Toledo. Se cuenta que Ildefonso se hallaba un día rezando ante las reliquias de Santa Leocadia, cuando la mártir surgió de su tumba y le agradeció al santo la devoción que mostraba a la Madre de Dios. Más adelante se cuenta que en otra ocasión, la Bendita Virgen María se le apareció en persona y le regaló una vestimenta sacerdotal como recompensa por su celo al honrarla. El trabajo literario de Ildefonso es mejor conocido que los detalles de su vida, y le han ganado un lugar de honor dentro de los escritores católicos. Este santo, evangelizador incansable sin hacer mucha alharaca, dividió su trabajo escrito en cuatro partes.
La división primera y principal de los escritos de San Ildefonso contenía seis tratados, de los que se han conservado sólo dos: «De virginitate perpetuâ sanctae Mariae adversus tres infideles» (estos tres infieles eran Joviniano, Helvidio y un judío), una obra bombástica que, no obstante, muestra un espíritu de ardiente piedad y le asegura a Ildefonso en un lugar de honor entre los devotos siervos de la Virgen María; y también un tratado dividido en dos libros: (1) «Annotationes de cognitione baptismi», y (2) «Liber de itinere deserti, quo itur post baptismum». La segunda parte de su trabajo contenía la correspondencia del santo; de esta porción todavía se conservan dos cartas de Quirico, obispo de Barcelona, con las contestaciones de Ildefonso. La tercera parte constaba de Misas, himnos y sermones; y la cuarta, opuscula en prosa y verso, especialmente epitafios y obras, pero sus muchas ocupaciones no le permitieron terminarlas. Así, sin hacer mucho ruido, San Ildefonso sigue extendiendo el Reino de Dios hasta nuestros días por medio de sus escritos. Murió el 23 de enero de 667. Que María Santísima nos ayude también a nosotros a no quedarnos en el sensacionalismo de un momento extraordinario, sino que descendamos a la sencillez de la vida de cada día ya sobre todo al silencio, que tanto amó San Ildefonso y muchos santos más. La beata María Inés Teresa, hablando del silencio nos dice en una de sus cartas: «Para ser almas contemplativas en la acción, en el apostolado, necesitamos enseñarnos a guardar el silencio, tan necesario para una íntima comunicación con Dios» (Carta Colectiva del 19 de febrero de 1980). ¡Bendecido jueves para orar en silencio ante Jesús Eucaristía y pedir por los sacerdotes!
Padre Alfredo.
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