Este domingo 26 de enero, en Roma, el Papa Francisco presidió en la Basílica de San Pedro del Vaticano la Misa con motivo de la primera Jornada de la Palabra de Dios, instituida por él mismo apenas hace unos meses con el Motu Proprio «Aperuit Illis» del 30 de septiembre de 2019. el Papa pronunció una homilía que concluyó con estas palabras: «Hagamos espacio a la Palabra de Dios. Leamos algún versículo de la Biblia cada día. Comencemos por el Evangelio; mantengámoslo abierto en casa, en la mesita de noche, llevémoslo en nuestro bolsillo, veámoslo en la pantalla del teléfono, dejemos que nos inspire diariamente. Descubriremos que Dios está cerca de nosotros, que ilumina nuestra oscuridad, que nos guía con amor a lo largo de nuestra vida». Aperuit illis («Les abrió» —en español—) corresponde a las primeras palabras del texto de la carta apostólica del Papa, que arranca con una cita del tercer evangelio: «Les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras» (Lc 24,45).
La Biblia, afirma el Papa en este documento, en cuanto Sagrada Escritura, habla de Cristo. No solo una parte, sino toda la Escritura habla de Él. Su muerte y resurrección son indescifrables sin ella. El Papa insiste en que es profundo el vínculo entre la Sagrada Escritura y la fe de los creyentes. Porque la fe proviene de la escucha y la escucha está centrada en la palabra de Cristo (cf. Rm 10,17), la invitación que surge es la urgencia y la importancia que los creyentes tienen que dar a la escucha de la Palabra del Señor tanto en la acción litúrgica como en la oración y la reflexión personal (AI 7). De acuerdo con el Evangelio de hoy (Mt 4, 12-23). La Biblia no puede ser solo patrimonio de algunos, y mucho menos una colección de libros para unos pocos privilegiados. Pertenece, en primer lugar, al pueblo convocado para escucharla y reconocerse en esa Palabra: «Conviértanse —les dice Cristo a los primeros escuchas de su predicación—, porque ya está cerca el Reino de los cielos» y a los primeros llamados los hace «pescadores de hombres» porque esa palabra, su «Palabra» ha de llegar a todos con la salvación. La Biblia es el libro del pueblo del Señor que al escucharlo pasa de la dispersión y la división a la unidad, a la proclamación de esta a la evangelización. La Palabra de Dios une a los creyentes y los convierte en un solo pueblo (AI 4; cf. Ne 8) que se hace todo él discípulo–misionero.
Si este día 26 hubiera caído entre semana, estuviéramos celebrando la memoria de los santos Timoteo y Tito, obispos y discípulos del apóstol san Pablo, que le ayudaron en su ministerio y presidieron las Iglesias de Éfeso y de Creta, respectivamente. Ellos son un ejemplo claro de la escucha de la Palabra y de su predicación. A ellos les fueron dirigidas cartas por su maestro que contienen sabias advertencias para los pastores, en vista de la formación de los fieles. San Timoteo, desde joven se entregó al estudio de la Sagrada Escritura, y cuando San Pablo se hallaba predicando de la región de Licaonia, los cristianos le hicieron tales alabanzas de Timoteo que Pablo lo tomó como apóstol para remplazar a Bernabé. Tito, por su parte, aparece en las cartas de San Pablo, a quien acompañó al Concilio de Jerusalén. Después de predicar en varias ciudades, San Pablo lo consagró Obispo de la Isla de Creta. Los dos, podemos resumir, fueron unos enamorados de la Palabra de Dios que hicieron suya y la llevaron a los demás. Hoy, nosotros también tenemos la Biblia, «La Palabra» en medio de nosotros y la fuerza de Jesús para hacer lo que él hizo con aquel pueblo que vivía en tinieblas y que en él, en su Palabra, vio una gran luz. Ahora, como en aquellos tiempos, nosotros también somos invitados a escuchar su palabra y convertirnos para vivir cada día de acuerdo con el Evangelio y ser portadores de esa Palabra para todos los que nos rodean. Así es como Dios quiere hacer presente su mensaje en el mundo. En nuestras manos está. Hay que pedirle a María Santísima, la fiel escucha de la Palabra que, como ella, nosotros también la escuchemos, la guardemos en el corazón para rumiarla y la hagamos vida con nuestras actitudes y acciones de cada día. ¡Bendecido Domingo de la Palabra!
Padre Alfredo.
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