Cuando uno visita Taxco —en el estado de Guerrero, México— es imprescindible la visita a la parroquia de Santa Prisca, un templo colonial construido en la década de 1750 (más precisamente, entre los años 1751 y 1758), dedicado para el culto católico en esa población cuya principal actividad fue —y sigue siendo— la minería de la Plata. La construcción fue ordenada por José de la Borda, uno de los más prósperos empresarios mineros de la región taxqueña por el siglo XVIII. Aunque había llegado a Taxco sólo unos treinta y cinco años antes de la construcción del templo de Santa Prisca, José de la Borda ya era uno de los personajes más importantes del mineral, razón por la cual el Arzobispado de México le permitió erigir la parroquia a su entero gusto. Al término de su construcción, el edificio se convirtió, en aquel entonces, en el templo más alto de México con una altura de 94.58 metros.
Pero, ¿por qué este Templo está dedicado a Santa Prisca, que se celebra el día de hoy? La historia narra que una tarde, en el año 1751 —el mismo año en que fue iniciada la construcción— José de la Borda se encontraba ausente de Taxco, pues se había trasladado por negocios a la ciudad de Guanajuato y se soltó una aterradora tormenta. Unos rayos cayeron sobre el lugar de la construcción. Los artesanos y albañiles que trabajaban en el templo se arrodillaron para rezar. De pronto, Santa Prisca se dejó ver en las alturas, sujetando con sus manos los relámpagos para impedir que causaran daño a la gente que se encontraba en el lugar. Luego desapareció poco a poco. Hay un cuadro en el templo que recuerda esta leyenda. Y ¿quién fue Santa Prisca? Prisca —conocida también como Priscila— nació en Roma, razón por la cual la capital italiana acogió una basílica en su nombre en la colina del Aventino. A los 13 años, durante la persecución del emperador Claudio II (año 269), le propusieron que renunciara a su fe religiosa para convertirse a través de un ritual de sacrificio en el que solo debía poner sobre el fuego unos granos de incienso. Pero la jovencita, firme en sus convicciones, rechazó tal propuesta diciendo: «Yo solo soy de Jesucristo» y eso le costó la vida como mártir. La historia dice que fue torturada, quemada con grasa derretida, desgarrada con uñas de acero, azotada con cuerdas emplomadas y descoyuntada. La echaron a los leones y éstos no la tocaron, la colgaron por encima de una hoguera y no se quemó. Finalmente la llevaron a las afueras de Roma, en la Vía Ostia, y allí fue decapitada. Fue enterrada en las catacumbas de esa zona, que pasaron a llamarse después catacumbas de Santa Priscila en su honor.
La elección que Cristo hace de alguien, para hacerle su discípulo–misionero, se convierte en una firme respuesta al «sígueme» que se ha escuchado Jesús no pasa de largo ante nadie, Él llama a todos, de todas las edades, de todas las culturas y, al tocar el corazón, lo llena de firmeza a pesar de la fragilidad humana. Dice San Mateo en el Evangelio de hoy (Mc 2,13-17) que a la invitación de Jesús, Mateo —Leví— se levantó y lo siguió, indicando de este modo la ruptura con su mundo anterior, al igual que Simón y Andrés, Santiago y Juan, Prisca y muchos más. Así se va extendiendo la salvación de Dios a todos. En la sociedad que inaugura Jesús, hay cabida para todos, porque todos tienen por Dios a un mismo Padre que se define como «amor sin fronteras», «amor que no excluye». Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la apertura necesaria para dejarnos amar por el Señor que da la fuerza y que a la vez, a través de los santos, nos protege. Que así, desde una vida que el mismo Señor restaure, podamos dar testimonio al mundo de cuánto nos ama Dios, y cómo para Él no cuentan los criterios humanos, sino sólo su amor, su bondad y su misericordia para quienes eligió para que fuesen uno en Cristo y testigos de su amor en el mundo. ¡Bendecido sábado!
Padre Alfredo.
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