viernes, 17 de enero de 2020

«Lo que hace la fe»... Un pequeño pensamiento para hoy

Resultado de imagen para el paralitico metido por el hueco del techo


Juan Carlos Mayorga Enríquez, en su libro «El acto de fe en la visión del beato John Henry Newman» dice que «creer es uno de los actos más nobles que puede realizar el hombre y que mejor manifiesta su semejanza con Dios. Se trata de un proceso continuo de aprendizaje que lleva a confiar y abandonarse en realidades y verdades que están más allá de lo que es tangible, verificable, seguro o evidente, para introducirse en un nivel más elevado de conocimiento y experiencia» y vaya que tiene razón. Hoy el Evangelio nos habla de esa fe que está presente en un hombre paralítico que quiere rehacer su vida, quiere curarse y por su fe el Señor le regala, en primer lugar, su sanación interior, el perdón de sus pecados. Pero es de admirar también —leyendo el relato (Mc 2,1-12)—, la fe y la amabilidad de los que echan una mano al enfermo y le llevan ante Jesús, sin desanimarse ante la dificultad de la empresa de tenerlo que bajar por un boquete abierto por ellos mismos en el techo. 

A esta fe de todos responde la acogida de Jesús y su prontitud en curar al enfermo y también en perdonarle y a los amigos el gozo de servir y ser partícipes del milagro. Al enfermo le da una doble salud: la corporal y la espiritual. Así aparece Cristo como el que cura el mal en su manifestación exterior y también en su raíz interior. A eso ha venido el Mesías: a perdonar, a atacar el mal en sus propias raíces. Por esa misma fe y con esa misma fe, San Antonio Abad, el santo que hoy celebramos, cuidando a su hermana más pequeña, luego de la muerte de sus padres, leyendo aquellas palabras del Señor en el Evangelio que dicen: «Si quieres llegar hasta el final, vende lo que tienes, da el dinero a los pobres –así tendrás un tesoro en el cielo– y luego vente conmigo» y aquel otro que reza: «No se agobien por el mañana», dejó a su hermana al cuidado de unas vírgenes que él sabía eran de confianza y cuidó de que recibiese una conveniente educación; en cuanto a él, a partir de entonces, libre ya de cuidados ajenos, habiendo confesado sus pecados, emprendió en frente de su misma casa una vida de ascetismo y de intensa mortificación viviendo profundamente su fe en el Señor para luego irse al desierto y contagiar a otros a vivir así, a solas con Dios. 

Al leer la vida de los santos, como San Antonio que dejó todo por vivir la fe y a contagiar a otros para vivir en Cristo, debemos alegrarnos de que también a nosotros Cristo nos quiere curar de todos nuestros males, sobre todo del pecado, que está en la raíz de todo mal y que quiere que vivamos siempre con fe. La afirmación categórica de que «el Hijo del Hombre tiene poder para perdonar pecados» tiene ahora su continuidad y su expresión sacramental en el sacramento de la Reconciliación que transforma nuestras vidas. Por mediación de la Iglesia, a la que él ha encomendado este perdón, es él mismo, Cristo, lleno de misericordia, como en el caso del paralítico y de San Antonio Abad, quien sigue ejercitando su misión de llamarnos a creer y a ser perdonados. Tendríamos que mirar a este sacramento con alegría. Aquí tenemos el más gozoso de los dones de Dios, su perdón y su paz que transforman la vida. Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de sentirnos amados por Dios. La gracia de ser curados y de hacer que a todos llegue su amor salvador, como a nosotros ha llegado. ¡Bendecido viernes! 

Padre Alfredo.

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