En México el día de la epifanía se celebró ayer domingo, por eso hoy no comento nada de esta fiesta, lo hice ayer. Quiero contarles que estas dos semanas anteriores, estuve dando Ejercicios Espirituales, primero a las hermanas Misioneras de la Santa Cruz y después a nuestros hermanos de Van-Clar. Precisamente con estos últimos, conté a como pude, la fábula que ahora transcribo tal cual debe ser y que me ha servido en algunas ocasiones para ilustrar la conferencia que habla sobre el pecado. La historia dice así: «Había una vez un ranchero que tenía un rancho con un gran árbol plantado en la parte trasera de la casa. En ese árbol, el dueño acostumbraba amarrar su burro. Una noche, el diablo llegó y desató al burro. El animal, viéndose libre, caminó hasta la huerta de la casa vecina y se introdujo en ella con gran alboroto. Debido al escándalo, la propietaria de la huerta salió de su hogar, escopeta en mano, y disparó a la bestia que invadía su propiedad. El amo del jumento, al escuchar el disparo, corrió a ayudar a la vecina, pero encontró a su borrico muerto. Con la ira carcomiendo sus entrañas, el dueño del animal atacó a la mujer con el machete. Cuando el esposo de la mujer volvió a casa esa noche y halló muerta a su cónyuge, levantó la escopeta y siguió el rastro de sangre hasta la casa del vecino. Entró y, a balazos, exterminó al responsable de la carnicería ocurrida en el patio de su finca. Los hijos del dueño del burro tomaron venganza y también mataron a quien asesinara a su padre. Y no conformes con eso, quemaron la casa, la huerta y el terreno del otro. Cuando Dios miró esto, le reclamó al diablo por su actuación. El demonio, llorando de la risa, replicó: “Yo solamente desaté al burro”».
Así es de sutil es el enemigo para dejar desatar no solamente un asno, sino todas las pasiones descontroladas del hombre, pero eso necesitamos constantemente estar trabajando en nuestra conversión. De eso nos habla el Evangelio de hoy poniendo en boca de Jesús estas palabras: «Conviértanse, porque ya está cerca el Reino de los cielos» (Mt 4,12-17.23-25), expresando con esto la necesidad que todos tenemos de Dios como lluvia fecunda en medio de una realidad comparable a la sequía del desierto producida por la ausencia del único que nos puede dar la vida verdadera, porque eso es el pecado, la ausencia de Dios que deja cancha libre al demonio para hacer de las suyas y decir al final del cuento: «Yo solamente desaté al burro». La ausencia de Dios no es culpa de Dios mismo, sino del ser humano que hace a un lado su presencia para dar rienda suelta a sus pasiones desordenadas. ignorando su existencia. Santa Rafaela María del Sagrado Corazón, nació el 1 de marzo de 1850 en un pueblito cercano a Córdoba, en España. A la edad de 15 años hizo voto perpetuo de castidad, se dedicó a la oración, y a cuidar a enfermos y necesitados a pesar de la oposición de sus hermanos varones. Fundó apoyada por su hermana Dolores las «Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús» —obra que conocí cuando hace muchísimos años hice Ejercicios Espirituales en su comunidad de Roma, allá cuando yo era estudiante—.
La Madre Rafaela María dirigió su Instituto durante 16 años con gran dedicación, profundidad espiritual y tacto viviendo las virtudes en grado heroico, sobre todo cuando por motivos de envidia a su alrededor dejó la dirección de su obra para vivir en la humillación recluida debajo de la escalera del convento y considerada una enferma mental por más de 30 años. Ella aceptó su situación y así murió. Fue hasta después de su muerte que, al estudiar su heroica vida, se supo que ella era la fundadora de aquella obra y que con sutilezas —«Yo solamente desaté al burro»— se le había obligado a dejar el cargo y a decir que la obra no era de ella. En aquella humillación aceptada, murió en Roma, prácticamente olvidada, el día 6 de enero de 1925. Se sabe que a los nuevos miembros del instituto se les pedía que no hablaran con ella y que no le creyeran nada de lo que contaba, le daban trabajos más duros, la humillaban y la aislaron así hasta el día de su muerte. Sin embargo siguió viviendo con humildad y haciendo lo que le ordenaban pese a haber fundado su Congregación. Fue canonizada por san Pablo VI el 23 de enero del año 1977. Está sepultada en la Casa Generalicia de la Congregación en Roma y como murió el día de la Epifanía, su fiesta se celebra el 18 de mayo, fecha de la beatificación y del traslado de sus restos. A veces las acciones sutiles del enemigo son incomprensibles y terribles, pero el que camina por el sendero de la conversión alcanza la santidad. Que María Santísima nos ayude a no desfallecer y a no dejarnos llevar por las pasiones desordenadas cuando el indecente solamente desate el burro. ¡Bendecido lunes!
Padre Alfredo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario