Hace muchos años, allá por 1978, conocí en Cuernavaca, en la Casa Madre de nuestra Familia Inesiana, a una monjita muy singular, sumamente sencilla y agradable de nombre Asunción a quien algunas de las hermanas Misioneras Clarisas y Vanclaristas le llamaban con cariño la hermana Chonchón. Siempre me quedará el recuerdo de su agradable sonrisa y su testimonio de sencillez y servicialidad.
Asunción Ortega López nació en un lugar llamado San Rafael, del estado de Aguascalientes en México el 12 de febrero de 1915. Allí vivió su infancia y adolescencia siempre en un ambiente de fe que fue preparando su caminito vocacional que inició el 28 de enero de 1948 cuando llegó a tocar a las puertas de la congregación de las Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento que en aquellas épocas era un incipiente instituto que empezaba a dar sus primeros pasos para transformarse en Congregación Religiosa de Derecho Pontificio en 1951.
Así, podemos ver el gran entusiasmo vocacional que aquella jovencita desplegaba al llegar a una obra que apenas se iniciaba, pues la beata María Inés había empezado a dar los primeros pasos de la fundación apenas tres años antes, en 1945.
Apenas unas meses después de haber ingresado, en agosto de ese mismo año de 1948, Asunción inició su etapa del noviciado conviviendo muy de cerca con la Madre fundadora, de quien siempre recordó un cariño muy especial como madre espiritual y alma santa. Ella, la beata María Inés, recibió sus primeros votos el día de su profesión religiosa el 16 de agosto de 1949.
Desde su llegada a la congregación, esta sencilla hermanita fue como una hormiguita que incansable, hizo suyo el anhelo de la beata Madre María Inés Teresa del Santísimo Sacramento: «Que todos te conozcan y te amen» y ya como religiosa de votos temporales, emprendió una empresa apostólica que le ocupaba todo su tiempo, viviendo para Cristo dándose a su congregación y a toda clase apostolado a la que se le designara. De hecho era un alma que contagiaba de su entusiasmo misionero. Conocí también a uno de sus hermanos, que, como carpintero, ayudó muchos años a la obra de Madre Inés con su trabajo y a quien la beata acogió con una deferencia muy especial y un muy buen trato, por años, en la Casa Madre.
El 16 de septiembre de 1952, la hermana Asunción hizo su profesión perpetua desempeñando el celo misionero que le caracterizó con gran entrega para conquistar almas para Cristo.
Dado que a ella le tocaron los primeros pasos de esta excelsa obra de las Misioneras Clarisas, sintió siempre una gran responsabilidad de velar para que no faltara lo necesario a la obra, y se pudiera seguir evangelizando y llevando a Cristo y a su Madre Santísima a cuantos rincones se pudieran llevar.
Luego de un tiempo en la comunidad religiosa de Talara, en Ciudad de México, dedicó gran parte de su vida a lo que se llamaron: «Giras Apostólicas Misioneras», misiones itinerantes a lo largo de la República Mexicana, actividad que se desarrolló de forma más constante, dedicándose a ello de tiempo completo a partir del año 1979.
Quienes conocimos a la hermana Asunción la recordaremos siempre como una alma sencilla, una mujer muy ordenada y limpia, siempre con palabras de aliento para secundar los anhelos misioneros de Madre Inés, de quien recordaba, siempre con la sonrisa dibujada en sus labios, muchos detalles que con gusto nos compartía.
Como religiosa las hermanas la recuerdan siempre fiel al carisma, piadosa, observante de las constituciones, obediente y como una hermana llena de caridad hasta en los más mínimos detalles.
Los últimos días de paso por este mundo los pasó en la comunidad de las Misioneras Clarisas en Monterrey, en donde siguió en lo posible con su entrega apostólica con un grupo de señoras con las que trabajaba en la evangelización de sus familias. Allí la encontró el Señor dispuesta para llevarla a la Casa Eterna. Fue apagándose como una velita que se extingue hasta que el 18 de septiembre del año 2002, luego de una larga vida, dejó este mundo.
Descanse en paz la hermana Asunción Ortega López.
Padre Alfredo.
Padre Alfredo.
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