El Evangelio según San Juan es siempre una sorpresa constante en el contenido de sus diálogos y en la interacción de sus personajes. En la perícopa de hoy (Jn 1,35-42) Juan el Bautista, al señalar simplemente a Jesús como «el Cordero de Dios», da la posibilidad de que dos de sus discípulos quieran conocerlo. A partir de aquí, los diálogos entre estos y Jesús son más que elocuentes y significativos. En primer lugar, los discípulos de Juan van detrás de él, comenzando el camino del discipulado y lo seguirán como verdaderos testigos. Jesús les hace una pregunta que exige una respuesta que ha de abarcar la vida misma: «¿qué buscan?». Una pregunta a lo profundo de la existencia, a las esperanzas, a los anhelos. La respuesta de los dos que lo seguían es una nueva pregunta. Ellos en verdad lo buscaban a él, por eso la pregunta de ellos será ¿dónde vives?, es decir, ¿cuál es en verdad el lugar de tu existencia?, ¿dónde encontrarte?
Jesús invita siempre a un seguimiento en serio, un seguimiento a caminar con él, a ir detrás suyo; a no quedarse quietos simplemente porque se contesten preguntas. La invitación de Jesús: «vengan a ver», es una invitación, un llamado a compartir su vida, sus intereses, sus amores. El «ver» en el Evangelio de San Juan, está asociado al «creer», se ve a Jesús cuando se cree en él. El texto informa que aquellos dos se quedaron todo el día —desde las cuatro de la tarde—. Esto bastó para que Andrés fuera luego a buscar a su hermano Pedro diciéndole, o mejor dicho, confesando: «Hemos encontrado al Mesías». El compartir un día con Jesús llevó a estos hombres sencillos a reconocer su identidad y misión. Y esto los llevó así a anunciar a sus familiares este descubrimiento: «hemos encontrado...», porque se trató de un encuentro, de un diálogo, de un compartir una tarde y de dejarse interpelar. Sin más, asumen ahora el seguimiento a Jesús dejándolo todo por él. Así sucedió a Santa Elizabeth Ann Bayley Seton (Ag. 28 de 1774 – En. 4 de 1821). Ella fué la primera nativa norteamericana canonizada, una mujer convertida al catolicismo que fundó la primera comunidad de mujeres religiosas en Estados Unidos, las Hermanas de la Caridad de San José, la primera escuela católica gratuita para niñas y también el primer hospital y orfelinato en la nación.
Elizabeth cuando se convirtió al catolicismo le compartió su gozo a sus hermanas Cecilia y Harriet quienes por su testimonio se convirtieron también al catolicismo dejando la Iglesia episcopal. Elizabeth superó muchos obstáculos con fé inquebrantable. Viuda a los 29, con cinco hijos, confió en que Dios le mostraría sus divinos planes para su vida aunque tantas veces ella no lo supiera. En su corta vida —pues murió a los 46 años de tuberculosis— condujo a su comunidad religiosa a innumerables servicios que todavía existen, incluidas escuelas, hospitales y servicios de justicia social para los pobres. Tenía una fuerte devoción a la Eucaristía que compartió con los demás a través de sus escritos y su ejemplo. Es que, cuando se ha encontrado a Jesús, no se puede quedar para uno ese gozo... se comparte siempre. Que María Santísima nos ayude a nosotros también, como a aquellos dos discípulos y como a Santa Elizabeth Ann Seaton a compartir el gozo de habernos encontrado con Cristo. ¡Bendecido sábado!
Padre Alfredo.
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