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El evangelio, la buena noticia de Jesús, ha de ser proclamado a los cuatro vientos, debe iluminar nuestras vidas y la de quienes nos rodean, no lo podemos dejar oculto en algún recoveco de la memoria o del corazón. Las medidas de Dios no son como nuestras medidas, sus cálculos no son los nuestros. No se trata de tener riquezas, honores, poder. Todo eso nos lo quitarán algún día. En cambio si tenemos amor, solidaridad, capacidad de servicio y ganas de compartir, Dios nos dará todavía más y más, y así podremos ser felices. En nuestro mundo dominado por la codicia de unos pocos, que no se cansan de acumular y derrochar riquezas, las parábolas de Jesús son una seria advertencia. Nosotros los cristianos hemos de iluminar sus tinieblas de explotación y de egoísmo con la luz de la alegría del Evangelio; debemos descubrir y denunciar el terrible egoísmo, la monstruosa injusticia de esta civilización fundada sobre el egoísmo y la barbarie del mercado global, debemos alzar muy alto la luz de la palabra del Señor, anunciándola y viviéndola con audacia y alegría. Entre los santos y beatos que se celebran el día de hoy, destaca uno de ellos, un prolífico y atinado escritor espiritual cuyos libros han llegado a millones de católicos del mundo entero: el beato Columba Marmión.
En el monasterio de san Benito de Maredsous, en Bélgica, Dom Columba Marmión, nacido en Irlanda y ordenado sacerdote, llegó a ser abad y se distinguió como padre del cenobio, guía de almas en el camino de la santidad y por su riqueza en doctrina espiritual y elocuencia que, como la lámpara del Evangelio, no la colocó debajo de la mesa, sino a la vista de muchos para ayudarles en su camino espiritual. La historia nos señala que de joven soñaba ser monje misionero en Australia, pero se dejó cautivar por la atmósfera litúrgica de la nueva Abadía de Maredsous, que se había fundado en Bélgica en 1872, donde fue a visitar a un compañero de estudios antes de volver a Irlanda. Quiso entrar en ese monasterio, pero su Obispo le pidió que esperara un tiempo. Obediente, Joseph —era su nombre de pila— esperó para ingresar y cuando llegó la autorización vivió intensamente el espíritu monástico benedictino e influyó espiritualmente en sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos guiándolos a una existencia realmente Cristiana a través de sus escritos («Cristo, vida del alma», «Cristo en sus misterios» y «Cristo, ideal del monje»), que siguen vigentes. Dio muchos retiros y fue un gran maestro de la dirección espiritual. Ejerció cargos importantes, como el Director espiritual, Maestro y Prior de la Abadía de Mont-César, en Lovaina, y 3° Abad de Maredsous. Cuando murió, al 30 de enero de 1923, víctima de una epidemia de la influenza, muchos de sus contemporáneos lo consideraron un santo y maestro de vida espiritual. Falleció en su monasterio murmurando «Jesús, María». Acojámonos como él a María, a quien tanto quería, para que ella nos alcance el ser luz no escondida, sino una lamparita que ilumine con la alegría del Evangelio a su alrededor. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!
Padre Alfredo.
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