domingo, 19 de enero de 2020

«Este es el Cordero de Dios»... Un pequeño pensamiento para hoy


Ayer iniciamos en la Iglesia la llamada «Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos», ocho días dedicados a la oración pidiendo por la unidad de todos los que creemos en Cristo. Este año lleva por lema «Nos trataron amablemente», una cita tomada del libro de los Hechos de los Apóstoles (Hc 28,2) y que se refiere al naufragio de San Pablo que, en su camino a Roma encadenado, aterriza con los otros compañeros de viaje en las costas de la Isla de Malta. Esto se debe a que el Consejo Ecuménico de las Iglesias y el Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos encargan los materiales de oración a Iglesias y comunidades eclesiales confesionales diversas de alguna región geográfica y, en esta ocasión, para esta semana que se cierra con la fiesta de la conversión de San Pablo el día 25, se los han pedido a los cristianos de las Iglesias cristianas de Malta y Gozo, quienes también prepararon reflexiones y sugerencias para su celebración centrándose en ocho temas: reconciliación, luz, esperanza, confianza, fuerza, hospitalidad, conversión y generosidad. En el Evangelio de este domingo (Jn 1,29-34), Juan el Bautista nos invita a centrar la mirada en Cristo: «Este es el Cordero de Dios». El Bautista da testimonio del Señor y lo señala como el Mesías de Dios, como el Predilecto del Padre. Para el Evangelio, la fe es ante todo experiencia viva y testimonio de esa experiencia, antes que doctrina o que dogmas o ritos o moral que se pueden aprender. Juan Bautista insiste en que él ha visto al Mesías y que de eso da fe. Desgraciadamente, muchos cristianos de nuestros tiempos, de una denominación o de otra, no han hecho esa experiencia de Cristo, no han «visto» al Cordero de Dios, y sin «ver y señalar» es muy difícil hablar y convencer a alguien de seguirle. 

La crisis religiosa que vivimos hoy a todos los niveles, tiene mucho que ver con esta falta de «testigos» vivos del Evangelio. Y por eso, entre otros muchos factores, mucha gente ha dejado de creer en la Iglesia. Hay muchos cristianos bautizados, pero muy pocos convencidos y convertidos, muy pocos que hayan tenido experiencia de Jesucristo y busquen el camino de la santidad. Más que nunca hoy necesitamos ser, como decía hace algunos años el Papa Emérito Benedicto XVI, «testigos» de Cristo para contagiar el amor que ha transformado nuestras vidas. San Macario el Grande (c. 390), presbítero y abad del monasterio de Scete, en Egipto, uno de los santos que el calendario nos presenta para este día 19, considerándose muerto al mundo, vivía sólo para Dios y enseñándolo a sus monjes a dejarlo todo para seguir a Cristo. Este santo nació en Egipto por el año 300. Pasó su niñez como pastor, y en las soledades del campo adquirió el gusto por la oración y por la meditación y el silencio. Luego de superar algunas fuertes calumnias, para huir de los peligros del mundo, se fue a vivir al desierto de Egipto, dedicándose a la oración, a la meditación y a la penitencia, y allí estuvo 60 años y fueron muchos los que se le fueron juntando para recibir de él la dirección espiritual y aprender los métodos para llegar a la santidad. 

Macario fue ordenado sacerdote porque el obispo de Egipto vio que necesitaba celebrar la misa a sus numerosos discípulos. Después el mismo obispo vio fue necesario ordenar sacerdotes a cuatro de los discípulos del santo, para atender las cuatro iglesias que se fueron construyendo allí cerca donde él vivía, para los centenares de cristianos que se habían ido a seguir su ejemplo de oración, penitencia y meditación en el desierto. Dominaba su lengua y no decía sino palabras absolutamente necesarias. A sus discípulos les recomendaba mucho que como penitencia guardaran el mayor silencio posible y les aconsejaba que en la oración no emplearan tantas palabras. Que le dijeran a Nuestro Señor: «Dios mío, concédeme las gracias que Tú sabes que necesito». Y que repitiera aquella oración del salmo: «Dios mío, ven en mi auxilio, Señor date prisa en socorrerme». La gente quedaba muy edificada al verlo siempre alegre y cómo no, si se había propuesto seguir al «Cordero de Dios». Macario murió luego muy santamente. Llevaba 60 años rezando, ayunando, haciendo penitencia, meditando y enseñando, en el desierto. Que este domingo y siempre, María Santísima interceda por nosotros junto con San Macario para que como Juan el Bautista todos los cristianos podamos señalar para el mundo entero que Cristo es el «Cordero de Dios que quita el pecado del mundo». ¡Bendecido domingo! 

Padre Alfredo.

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