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Como salesiano desarrolló diversos encargos confiados por sus superiores y trató de realizarlos con dedicación y celo. Debido a la austeridad de vida y a la diversidad del clima, en 1889, el padre Bronislao enfermó gravemente de tisis, estando al borde de la muerte. Recuperado de la enfermedad, transcurrió la convalecencia, siempre en Italia, hasta que, el 23 de marzo de 1892 regresó a su patria ya como salesiano y fue nombrado párroco en Miejsce, en Galizia, donde pudo dedicarse a la juventud polaca pobre y abandonada, sembrando entre ellos la esperanza y la alegría del Evangelio. Para responder mejor a las necesidades prácticas de los pobres en Galizia sintió la necesidad de vivir los principios de Don Bosco aún más radicalmente y, por ello fundó un instituto: la Sociedad llamada «Templanza y Trabajo». Bronislao depositó así la semilla de una nueva familia religiosa que él, en vida, no pudo ver florecer pues la muerte le sorprendió el 29 de enero de 1912. Nueve años después de su fallecimiento, tanto la rama masculina como la femenina de la sociedad fueron reconocidas por la Iglesia y dieron nacimiento a dos Congregaciones bajo la advocación de «San Miguel Arcángel».
Antes y después de su muerte, Bronislao Markiewicz fue considerado un hombre fuera de lo común. Solía recomendar a sus hijos y gente joven fomentar una gran devoción por la Eucaristía y por María, así como por San Miguel, a quien eligió como protector en la lucha diaria contra el mal. En el año 2005 fue proclamado beato por el Papa Benedicto XVI. El Evangelio de hoy nos narra la parábola del sembrador, y me llama la atención que en la vida de este hombre sencillo, generoso, alegre y entusiasta, la semilla del Evangelio de la alegría cayó para fructificar de manera que él también fuera sembrador. Seguro que nosotros también hemos recibido la semilla, hay que ver que fruto ha dado. Para esto es esta parábola. Cristo nos da la oportunidad de ver cómo estamos correspondiendo a su llamado, cómo lo hacemos parte de nuestra propia vida. Si queremos que la semilla dé el fruto más abundante hay que poner en práctica todos los consejos que Cristo mismo nos ha dado y no cansarnos de sembrar en el ambiente en donde el Señor nos ha puesto. Y creo que hoy, al escuchar esta parábola en el Evangelio, lo primero que tenemos que hacer es hacer conciencia de que esa semilla hay que acogerla todos los días, irla cuidando hasta que dé su fruto. Que María Santísima, la que mejor sabe cultivar la semilla, nos ayude y haga florecer el «sí» que hemos dado al Señor. ¡Bendecido miércoles!
Padre Alfredo.
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