sábado, 25 de enero de 2020

«LA CONVERSIÓN DE SAN PABLO»... Un pequeño pensamiento para hoy

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La conversión de San Pablo es uno de los mayores acontecimientos del primer siglo de la Iglesia, el llamado siglo apostólico. Así lo proclama la Iglesia al dedicar el día de hoy a la conmemoración de tan singular acontecimiento. Saulo, nacido en Tarso, hebreo, fariseo severo y enérgico, bien formado a los pies de Gamaliel, muy apasionado, ya había tomado parte en la lapidación del diácono Esteban, guardando los vestidos de los verdugos «para tirar piedras con las manos de todos», como comenta agudamente San Agustín. La Escritura nos cuenta que Saulo se adiestraba como buen cazador para cazar su presa y con ardor indomable perseguía a los discípulos de Jesús. Pero él cree perseguir, y resulta que es él el perseguido. Mientras iba camino a Damasco en persecución de los discípulos-misioneros de Cristo resucitado, una voz le envolvió, cayó en Tierra y oyó la voz de Jesús: «Saulo, Saulo ¿por qué me persigues?» Saulo preguntó: «—¿quién eres tú, Señor?» Jesús le respondió: «—Yo soy Jesús a quien tú persigues. —¿Y qué debo hacer, Señor?». Todo esto queda constatado en el libro de los Hechos de los Apóstoles (Hch 9,1-22) lo cual no deja duda alguna que la conversión de Pablo es la más famosa de las conversiones de toda la historia de la Iglesia y Lucas, el escritor del libro de los Hechos está tan impresionado con ella que la narra en tres ocasiones diferentes (Hch 9,1-22; Hch 22,6-16; Hch 26,12-18).

Las repeticiones del hecho de la conversión de San Pablo en el libro de los Hechos, son especialmente llamativas si nos fijamos en que Lucas es un escritor cuyo estilo se caracteriza por la brevedad y la concisión y sin embargo en esto se explaya. Cuando no se conoce a Cristo, como sucede a muchos en el mundo de hoy, muchas cosas falsas se pueden asegurar de él sin tener constancia de los hechos. Veamos lo que San Lucas nos narra retratándolo en varias ocasiones en su libro de los Hechos, mostrando la furia y el odio que sentía contra el Señor: «Los que estaban apedreando a Esteban dejaron los vestidos a los pies de un joven que se llamaba Saulo.» (Hch 7,58) «Y Saulo consentía en su muerte» (Hch 8,1) «Y Saulo asolaba la iglesia, y entrando casa por casa, arrastraba a hombres y a mujeres, y los entregaba en la cárcel.» (Hch 8,3) «Saulo, respirando aún amenazas y muerte contra los discípulos del Señor...» (Hch 9,1) y luego pone en boca del mismo san Pablo ya convertido esto: «Y muchas veces, castigándolos en todas las sinagogas, los forcé a blasfemar; y enfurecido sobremanera contra ellos, los perseguí hasta en las ciudades extranjeras.» (Hch 26,11). ¡Qué importante es dejarse alcanzar por Cristo y conocerle, hacerse uno con él y llevar su conocimiento al mundo entero! Con esta fiesta de la conversión de san Pablo se cierra la «Semana de oración por la unidad en Cristo», recordando que la aspiración de toda comunidad cristiana y de cada uno de los fieles a la unidad, y la fuerza para realizarla, son un don del Espíritu Santo y son paralelas a una fidelidad cada vez más profunda y radical al Evangelio (cf. Ut unum sint, 15) como la vivió san Pablo.

San Pablo, el Apóstol de las gentes, comprendió en un instante lo que después expresaría en sus escritos: que la Iglesia forma un solo cuerpo, cuya cabeza es Cristo. Así, de perseguidor de los cristianos se convirtió en el Apóstol de las gentes para llevar, como los primeros enviados de Cristo, el Evangelio a todos, según nos lo recuerda el Evangelio del día de hoy (Mc 16,15-18). Desde aquel momento de su conversión, Pablo se sintió lleno de la gracia de Dios. Contar nosotros también siempre con la gracia nos llevará a no desanimarnos jamás, a pesar de que una y otra vez experimentemos la inclinación al pecado, los defectos que no acaban de desaparecer, las flaquezas e incluso las caídas. El Señor nos llama continuamente a una nueva conversión para recorrer con paz y alegría el camino que conduce a Dios y que mantiene siempre la viveza del corazón. Pero es necesario corresponder en esos momentos bien precisos en los que, como San Pablo, le diremos a Jesús: Señor, ¿qué quieres que haga?, ¿en qué debo luchar más?, ¿qué cosas debo cambiar?... Señor, ¿qué quieres que haga? Si se lo decimos de corazón —como una sencilla jaculatoria— muchas veces a lo largo del día, Jesús nos dará luces y nos manifestará esos puntos en los que nuestro amor se ha detenido o no avanza como Dios desea. Dirijamos nuestra mirada a María Santísima y veamos cómo ella hizo siempre lo que el Señor quería y roguémosle que interceda por nuestra conversión. ¡Bendecido sábado!

Padre Alfredo.

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